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Querido Gabriel,
Hace años descubrí que mis lugares favoritos son las bibliotecas y los teatros, pero nunca como ahora había evidenciado el misterio que los conecta. Algo de la calma y el delicado olor a páginas que emanan de la madera de las mesas de lectura, suavizadas por el uso, se me parece al cosquilleo que me producen las sillas del teatro, con su tapicería domada por las audiencias insistentes. ¿Será que los teatros y las bibliotecas son esos lugares donde podemos encontrar el hogar, lejos de casa? ¿Conversamos sobre el silencio que retumba en las cuevas de los libros, o de ese momento de tensión en el que se apagan las luces, como en un nuevo principio de los tiempos? Hablemos de lo fundamental, de los lugares para la palabra, el arte, la danza y la música.
Vi en estos días el documental Exlibris, sobre la biblioteca pública de Nueva York. Este maravilloso edificio es un hormiguero humano, donde a los viejos y buenos libros los acompañan los promotores y los bibliotecarios, como siempre. Solo que, además, recibe la visita permanente de músicos e intelectuales, de científicos y políticos. Se ha vuelto la casa para los que buscan empleo, para los que tienen la calle como hostal, para los migrantes, para los mayores de 60, para los niños que investigan a pesar de Google. Al terminar de ver la historia de este proyecto social y cultural me acordé de nuestra red de bibliotecas y de lo mucho que tantos han hecho, pacientemente, década tras década, para mantener la llama encendida. ¿No te hacen falta los empresarios y políticos que construyen y promueven bibliotecas, que insisten en la importancia de estos “hospitales de almas”? ¿No son éstas las ágoras más necesarias para una sociedad como la nuestra, que insiste en confiar y construir, a pesar de lo que sea, con una tozudez que conmueve?
En un viaje reciente me invitó mi enamorada a ver la obra de teatro Why? ¿Por qué? Es una pieza poderosa, llena de esa simplicidad, que, como dijo Da Vinci, es la máxima sofisticación. Ojalá podamos traerla a Medellín con Octavio Arbeláez. Esa noche recordé que en cada obra de teatro se recrea el universo. Viajamos al génesis, nos conectamos con el dios de la biblia, con los astros eternos, con las cuestiones que la humanidad ha acariciado por generaciones. En esta obra se preguntan por el sentido del teatro, ¿o de la vida?, y los actores nos responden, como debe ser, con poesía ¡y con más preguntas! ¿No crees que nos faltan más teatros y más amantes del teatro, para cultivar la inquietud y la duda existencial?
¿Será que, como dicen algunos amigos, las bibliotecas deben ser templos y circos? ¿Aplicará lo mismo para los demás lugares del arte y la cultura? Templos para la meditación, para la conexión con nuestro hogar interior, para la conversación con los muertos. Circos para celebrar la vida, el encuentro, la risa, para la fiesta de la curiosidad y la exploración. Hace poco, visitando nuestro nuevo teatro, me lo preguntaba. ¿No crees que los mejores museos, bibliotecas y teatros nos hacen sentir esa combinación paradójica, de cierto éxtasis místico y algún temblor reverencial con unas poderosas ganas de cantar, de bailar, de viajar por el espacio y el tiempo, de nunca, nunca, dejar de buscar?.
* Director de Comfama
