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Jorge Ramos
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Jorge Ramos

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De distracciones y dictaduras

Por JORGE RAMOS

redaccion@elcolombiano.com.co

Es increíble y peligrosa la fascinación que todavía en este 2021 tienen tantos políticos latinoamericanos con la dictadura cubana, incluyendo al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.

Tras las protestas democráticas del pasado 11 de julio en decenas de poblaciones cubanas -bajo los gritos de “¡libertad!” y “¡abajo la dictadura!”, AMLO salió en defensa del régimen de La Habana. ¿Cómo defender una tiranía de 62 años?

Las declaraciones de AMLO en el aniversario del natalicio de Simón Bolívar —exaltando los supuestos triunfos de la revolución cubana, pero evadiendo totalmente las violaciones a los derechos humanos, la censura, la absoluta falta de democracia y a los tres tiranos que han gobernado la isla con brutalidad desde 1959— son preocupantes y muestran una terrible —y voluntaria— ceguera sobre la realidad cubana. Hablemos claro: Cuba no debe ser nunca un ejemplo que seguir para México ni para ningún país latinoamericano.

Su debilidad ideológica por la tiranía cubana siempre fue evidente. En una entrevista en mayo del 2017 se negó a llamar “dictadura” al régimen de Cuba y “dictador” a Nicolás Maduro de Venezuela. Pero las declaraciones de AMLO —un presidente que fue elegido legítimamente por más de 30 millones de mexicanos y que gobernará hasta el 2024— no debieron sorprendernos. Me dijo que no quería engancharse en esos temas y que lo hacía, además, para respetar el principio de no intervención en los asuntos internos de otras naciones.

Y por no querer engancharse, López Obrador se ha puesto del lado de las dictaduras de Cuba y Venezuela, del lado equivocado y oscuro de la historia. Ser neutrales ante una dictadura es ser su cómplice. AMLO podría ser un importante e influyente líder regional en defensa de la democracia. Pero ha decidido otra cosa.

El domingo pasado los mexicanos tuvieron la oportunidad de participar en una consulta popular para buscar un “esclarecimiento” de las decisiones tomadas por varios expresidentes mexicanos. Independientemente de los resultados, la incomprensible pregunta que tuvieron que contestar millones de mexicanos dejó muchas cosas volando y difícilmente concluirá con juicios a los últimos expresidentes.

Pero pongamos un ejemplo concreto. Si AMLO de verdad está convencido de que hubo fraudes electorales en el 2006 y 2012 —que evitaron su llegada a la presidencia—, no necesita una consulta popular. Basta con iniciar una investigación seria o crear una comisión de la verdad.

Y ya que está en esas, que le pregunte a Manuel Bartlett —uno de sus principales asesores a cargo de la Comisión Federal de Electricidad— sobre el mayúsculo fraude de 1988 —cuando él era secretario de gobernación—. México, con el Partido Revolucionario Institucional en el poder (1929-2000), fue un cochinero político marcado por fraudes, matanzas y robos. Hay mucho que rascar.

Sin embargo, no creo que AMLO de verdad se quiera meter a investigar y castigar a expresidentes. Los mexicanos siempre estamos pisando el pasado. Pero el presente es tan urgente —con el crimen y la pandemia— que no parece haber suficiente capital político ahora para lanzar una empresa de tal envergadura. Fíjense en lo que me dijo al final de esa conversación que tuvimos en el 2017:

—¿Va a enjuiciar a Peña Nieto por corrupción por la casa que su (ex)esposa compró?

—No. Eso lo van a hacer los jueces. Sencillamente no quiero poner el énfasis en la persecución porque no creo que eso sea lo que el país requiere.

Si todo esto es cierto, entonces ¿de qué sirvió la consulta? La respuesta crédula y positiva es que el gobierno está sinceramente interesado en la repartición de la justicia. Nunca ha sido enjuiciado en México un expresidente y nos sobran razones para hacerlo.

La otra respuesta, más cínica, es que AMLO necesitaba un distractor para ocultar sus terribles fallas en el manejo de la pandemia y la criminalidad. Ha fracasado en lo más esencial: proteger la vida de los mexicanos. Y no hay nada más efectivo para distraer la atención de la gente que encontrar a un enemigo odioso —un villano favorito— y lanzarse contra él. El espectáculo de enjuiciar a un expresidente sin duda marcaría la historia.

Como quiera que sea, México transita por caminos inexplorados y no hay un mapa muy claro. Viene duro. Estos son tiempos nuevos

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