Querido Gabriel,
La salud y la economía son los asuntos más debatidos en tiempos de pandemia. No hay un país que no los tenga en el centro de su agenda y esto es completamente normal. Pero, si prestamos atención, más allá de lo obvio, esta situación ha develado nuestras prioridades nacionales, nuestra jerarquía de valores. La crisis que vivimos nos ha demostrado qué tan importantes son para nosotros, como colectivo, por ejemplo, la desigualdad, el ambiente, la cultura, la educación, el encuentro social y los mayores. ¿Tratamos de ver por encima de la coyuntura y hacemos una tertulia sobre cómo elevar nuestras conversaciones al siguiente nivel?
Las personas, las familias, las organizaciones y las sociedades somos lo que conversamos. Nos terminamos convirtiendo en las cosas que nos interesan, la atención se enfoca y crea el universo, nuestro universo. Los temas que escogemos, los problemas que discutimos y los titulares de nuestros periódicos dicen casi todo de un país y, si nos descuidamos, terminan por definirnos y funcionan como una profecía auto cumplida. ¿Qué tal si hablamos sobre cómo escogemos nuestros problemas, qué jerarquía y, en consecuencia, cuánto tiempo y atención les asignamos a los asuntos que tratamos en nuestras conversaciones?
Jerarquía significa orden sagrado, de las palabras griegas hieros y arkhei. Por eso, seguramente, la respetamos tanto. Tendemos a pensar que lo sagrado es inamovible, pero la mayoría de las jerarquías pueden y deben ser desafiadas. Los valores de una época, más que ninguna otra cosa, necesitan de una reflexión permanente, requieren adaptación y evolución, para funcionar como habilitadores del desarrollo social y no como un lastre que nos ancla a lo peor de nuestro pasado.
Al leer la prensa internacional nos podemos inspirar un poco. En los países democráticos de Asia, por ejemplo, casi nunca se deja de hablar de los niños y de la educación. Comprenden el riesgo de las pérdidas en desarrollo cognitivo, nutricional y emocional que un cierre alargado podría generar. Los europeos sorprenden por su equilibrio. Acudieron de inmediato, con toda su capacidad fiscal, a apoyar a los más frágiles, a garantizar la dignidad humana. Dudaron hasta el final en si debían o no cerrar el sistema educativo. Alemania anunció rápidamente que la cultura era un derecho, que debía ser protegida por ser la base de su identidad y ahora abre sus museos sin miedo. Los franceses, por ejemplo, lamentaron desde el comienzo la pérdida de sus encuentros sociales, por eso están retornando con emoción a sus terrazas. Casi todo el mundo desarrollado ha permitido, por ejemplo, las visitas a los parques y el ejercicio al aire libre, porque el contacto con la naturaleza, la salud mental y física son prioritarias.
Colombia lo ha hecho bien dentro de lo que cabía esperar, seguramente nos adaptaremos y podremos seguir con la vida. Pero mucho más desafiantes son nuestros retos culturales, nos enfrentamos a la necesidad de sacudir la jerarquía de nuestra conversación. Hasta ahora poco hemos hablado de medio ambiente, se han atendido marginalmente la desigualdad y la pobreza, la educación y la cultura permanecen casi invisibles, los temas de salud mental apenas sí se escurren por algunas rendijas y los adultos mayores luchan por hacerse comprender. Hablemos de cómo cambiar nuestras conversaciones y así construir una mentalidad a la medida de los más grandes retos que estaban allí desde antes y ahora se manifiestan como inmensas montañas tras la niebla de la pandemia. Como escribió Margaret Wheatley, “seamos lo suficientemente valientes para empezar conversaciones que importen (...) confiemos en que las conversaciones significativas pueden cambiar nuestro mundo”.
* Director de Comfama