Por David González Escobar
Universidad Eafit
Ing. Matemática - Economía, semestre 7
davidgonzalezescobar@gmail.com
El aire de Medellín más puro que nunca. Los cielos despejados, las montañas verdes, nítidas de lado a lado del valle.
Los asesinatos y el crimen a la baja, una mejoría notable respecto a marzo del año pasado.
Encontramos la solución a los problemas de la calidad del aire y a los asesinatos en Medellín: hay que quedarnos eternamente en cuarentena.
Obviamente no es así, y lo que explica que esta no sea una solución lógica es que toda decisión tiene un costo de oportunidad asociado a ella: cuando nos inclinamos por una opción, estamos renunciando también a los costos y beneficios de cualquier otra posible alternativa.
Estar en cuarentena no es algo gratuito, todo lo contrario, es sumamente costoso. ¿Qué tan costoso? Es una pregunta muy compleja, pero una que debemos empezar a abordar con menos escrúpulos.
La toma de decisiones estos días está fundamentada fuertemente en modelos matemáticos, pero la cantidad de variables que interfieren en la propagación del virus y la falta de datos fiables que hay disponibles sobre el fenómeno provocan que todos los pronósticos se caractericen por un alto grado de incertidumbre. Nadie conoce a ciencia cierta cómo evolucionará el virus.
Existe una solución ideal a esta incertidumbre: encerrémonos totalmente hasta encontrar una vacuna. Pero claro, en un mundo repleto de costos de oportunidad esto no es factible. Paralizar indefinidamente la sociedad traería peores consecuencias que la propagación libre del virus.
Por tanto, dentro de poco llegará la hora de las decisiones difíciles. ¿Qué estamos sacrificando por cada semana más que se extienda la cuarentena? ¿Qué riesgos asumimos al flexibilizar las medidas?
La cuestión no es algo tan sencillo como la “economía” o la “vida”. La economía, en su definición íntegra, alejándola de la mala concepción que se tiene de ella como “ganancias” o “beneficios”, está estrechamente relacionada con la vida y salud de las personas. La una no puede existir sin la otra. Particularmente, el sistema de salud no puede funcionar si la economía no funciona.
Por esto, por impopular que sea, hay que desmitificar el debate. Eliminar la defensa de escenarios idealistas. Empezar a ver el tema con pragmatismo, sabiendo que cualquier decisión que se tome traerá enormes costos, pero con una claridad en mente: por el camino que sea, debemos velar porque los costos sean los menores posibles.
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