Para los que no estamos de acuerdo con que se instituyan normas restrictivas comparables a la censura en ningún medio, plataforma informática o instrumento de comunicación, se crea una sensación de duda con el anuncio de esta semana sobre el establecimiento de un comité que va a encargarse de filtrar contenidos en Facebook. Está formado por una veintena de autoridades trasnacionales respetabilísimas, de prestigio, credibilidad y trayectoria en los ámbitos académico y de la información y sus facetas jurídica y deontológica, como, por ejemplo, la Decana de Derecho de Los Andes, Catalina Botero. Por la radio se le han asignado al grupo varias denominaciones: Tribunal de Ética, Consejo de Sabios de la red social, etc. Ojalá no se convierta en un Laico Oficio inquisitorial. La solvencia de sus integrantes parece una garantía de confiabilidad. Sin embargo...
El cambio principal que está emergiendo con motivo del virus innombrable ha sido el de la acentuación de los recortes a las libertades. Tal parece que surge el Nuevo Orden Mundial, como lo proclamó la semana pasada el presidente español Sánchez y como venían queriendo varios líderes y mandatarios desde cuando se consolidaba la extinción de la Guerra Fría. El cambio de la relación de poderes, el ascenso de nuevas potencias, pero, sobre todo, las limitaciones conceptuales y prácticas a la Libertad, han sido componentes de ese modelo, alentado por la Unión Europea, el Foro Económico Mundial, la ONU, la OTAN, el FMI, etc. Esto poco o nada tiene que ver con las llamadas teorías conspirativas. Ha sido una tendencia patente y persistente, precipitada ahora por la pandemia y la obvia necesidad de tomar medidas globales y nacionales en defensa de la salud pública y los demás intereses vitales, entre ellos, claro, está, la economía.
Que las llamadas redes sociales han sido muy vulnerables y se degradan a la infracondición de redes antisociales, es indiscutible. Se han abierto no sólo a las relaciones constructivas y provechosas entre los usuarios y a la ampliación de horizontes culturales, sino también, por desgracia, a la intervención de delincuentes que, al amparo del feroz anonimato, las vuelven cañerías de aguas negras y contenidos sórdidos, calumniosos e injuriosos, al servicio de mentalidades enfermizas y, en estos días, afectadas por el Síndrome de la Cabaña, es decir el discurso de odio incrementado por la desesperación del enclaustramiento.
Por muy plausibles que sean los propósitos de los nuevos controladores, ninguna forma de censura será justificable ni eficaz. Los transgresores seguirán ingeniándoselas para contraatacar. El énfasis deberían ponerlo en potentes campañas de educación de los usuarios para que se respeten la verdad y la dignidad humana y todos los valores. Recortar más la libertad es pasar del tapabocas a la mordaza.