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Michael Reed Hurtado
Columnista

Michael Reed Hurtado

Publicado

Derechos, miedo y protesta

Por Michael Reed h.

@mreedhurtado

El miedo suele condicionar las reivindicaciones sociales en Colombia. El miedo inhibe y paraliza. El miedo amaina; el miedo controla.

Quienes ejercen la violencia lo explotan. Quienes formulan sus reclamos y son objeto de represión lo experimentan con angustia. Una persona con miedo no es libre; su actuación está condicionada.

El miedo califica la existencia de los grupos excluidos y perseguidos en Colombia. El miedo ha devastado los cuerpos sociales y debilitado cualquier sentimiento de solidaridad.

Quienes ejercen la violencia no solo anulan a ciertas personas, sino que desbaratan cuerpos sociales y rompen el tejido social. El miedo fragmenta y eterniza la incivilidad en nuestras comunidades.

En el seno de los grupos sociales más visibles en Colombia coexisten la tenacidad y la valentía con la inseguridad y el miedo. Sus dinámicas colectivas de resistencia y esperanza están cruzadas por la violencia. Quienes protestan experimentan el miedo por lo que les pasó y por lo que les puede pasar. Aún así, protestan y reclaman.

Los reclamantes no pueden entrar y salir de la experiencia de violencia para participar en procesos sociales de reivindicación. Su ejercicio reivindicativo está inmerso en el escalofriante contexto de violencia. La violencia no es un fenómeno que se pueda segmentar y experimentar parcialmente. La violencia es un fenómeno social total: tiene expresiones “legales, económicas, religiosas, estéticas, morfológicas y, así, otras”. (Peter van der Veer, The Victim’s Tale: Memory and Forgetting in the Story of Violence 1997.)

La violencia y el miedo que esta engendra encuentran formas para penetrar todos los ámbitos de la vida íntima y social: se manifiestan durante el día, se cuelan en el sueño y están ahí en la madrugada, para teñirlo todo. El miedo a la violencia es un sentimiento que asecha y disloca.

Con miedo, la construcción de un espacio político renovador es casi un imposible. El miedo cumple un propósito paralizante: limita (en donde no la anula) la reclamación social y la oposición. Es un factor condicionante que conjura demandas y exige que las personas “se porten bien”.

En este contexto adverso, observar que algunos grupos sociales, como los pueblos indígenas del Cauca, se manifiestan para exigir sus derechos es aleccionador y revive esperanzas. Todo está en su contra: desde el imaginario extendido que los infantiliza como indiecitos e incapaces de gobernarse a sí mismos hasta las sindicaciones temerarias que juegan con las imágenes del indio salvaje y los criminaliza como guerrilleros o narcotraficantes.

Como sus reclamos no están en la ecuación de quienes detentan el poder y, además, sus formas no respetan las reglas hechas para que nada cambie, la respuesta oficial es la amenaza del uso de la fuerza y la adopción de un silencio cómplice ante un espeluznante despliegue de violencia coercitiva en contra de las comunidades y sus líderes. Así, este pueblo indígena experimenta la incivilidad y la negación de sus más esenciales necesidades, siendo representado como un cuerpo social abusivo y descarado que reclama de manera insensata lo que no es suyo.

Quienes se oponen a su acción política, parecen querer envolverlos en el abyecto ambiente de la tenebrosa canción de cuna al son de una dulce melodía: “Duérmete niño / duérmete ya / que viene el coco / y te comerá”.

Algunos dicen que hay certeza en la degradación; pues me temo que, en Colombia, una vez más, lo estamos confirmando.

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