La atención es el recurso escaso del siglo XXI. TikTok, una red social china, es quien está demostrando la mayor habilidad para capturarla, hoy y hacia el futuro.
Para los que nacimos en el siglo XX, TikTok se percibe como el Coco: una red social malévola, embrutecedora e infantil con la que el gobierno chino busca controlar lo que queda de la cultura occidental. The Economist le dedica especiales enteros a su ascenso y posibles riesgos. Trump convirtió la existencia de TikTok en un asunto de seguridad nacional. Y aunque es interesante analizar el impacto de la aplicación desde sus efectos geopolíticos y su disrupción en Silicon Valley, creo que a muchos les falta entender mejor la base de la propuesta de valor de la aplicación. Un tema que no es trivial, ya que representa un quiebre frente a los modelos de negocios con los que previamente asociábamos el internet.
Partamos de lo básico. Para quien nunca haya abierto la aplicación, su uso es lo más sencillo que se pueda imaginar: solo hay que descargarla y empezar a ver videos. Videos en su mayoría caseros, producidos de forma gratuita por cualquier persona del mundo. No es necesario crear una cuenta, no hay que seguir a nadie. Abra la aplicación y lo único que necesita hacer es pasar los videos según le vayan gustando o no. Al principio, el contenido que TikTok le muestra parece aleatorio, nada personalizado. Sin embargo, a medida que el usuario se adentra y decide ver por más tiempo los videos que le llaman la atención, la aplicación se va tornando sospechosamente familiar, a tal punto que parece que el algoritmo de recomendación conoce mejor los gustos de una persona que la persona misma. Y es que TikTok es, sin exageración, su algoritmo. De hecho, su algoritmo es más viejo que la aplicación misma: antes de que TikTok existiera, existía TouTiao, una aplicación china de noticias que aprendía a recomendar contenido a sus usuarios a partir de las interacciones de su plataforma. TikTok es un hijo del algoritmo que potenció a TouTiao, con la diferencia de que ahora las recomendaciones no serían noticias, sino videos cortos, fáciles de crear por cualquier persona. Facebook y Twitter, las primeras redes sociales, estaban basadas principalmente en compartir texto, lo único que era técnicamente posible para el internet de su época. Luego, junto a Instagram y la generación de los smartphones, empezaron a basarse en imágenes. TikTok, por el contrario, nace en una era donde es posible basarse netamente en videos: una ventaja clave, ya que el video es el medio más intuitivo para nostros. A fin de cuentas, es lo que más se parece a como siempre hemos percibido el mundo.
Así, TikTok logra juntar tres diferenciales que, en conjunto, son transformadores: las personas preferimos los videos al texto o a imágenes estáticas, cualquier persona del mundo puede grabar videos que a TikTok nada le cuestan y, lo más importante, TikTok cuenta con un algoritmo de personalización tan potente que le permite, entre la abundancia de “contenido infinito” que producen sus usuarios, encontrar el video perfecto para capturar la atención de cada persona. Todo esto sin necesidad de interactuar con nadie: TikTok es una experiencia solitaria, pero que permite acceso curado al mejor contenido producido por el resto del mundo. Es, de alguna forma, una prueba de lo universal que puede llegar a ser la experiencia humana. Es una animal totalmente distinto a WhatsApp, Twitter, Facebook o Instagram: es una red “asocial”.
TikTok es la aplicación que más rápido ha alcanzado los mil millones de usuarios, su tiempo de uso promedio es mayor al de todas las demás redes. Sin embargo, no es suficiente quedarse en los números. Para entender el presente y el futuro del internet, es mejor vivirlo. No le dé pena: si no lo ha hecho todavía, descárguese TikTok