Por david e. santos gómez
El anuncio de la marcha del 21, con sus apoyos y sus críticas, nos ha dejado ya una gran radiografía de Colombia y sus instituciones. Sin que aún en las calles exista un solo caminante, sin que veamos arengas o pancartas, la iniciativa de protestar pacíficamente en una nación reacia a ello, demuestra el nivel de agotamiento de una sociedad desigual, acosada y asfixiada por una economía que crece, pero no redistribuye.
Y mientras la protesta aumenta, el Gobierno parece sentirse cada vez más amenazado. La torpeza con la que el oficialismo asumió la posibilidad de una crítica ciudadana es vergonzosa y da indicios de una terrible desconexión con la realidad, en la que cualquier tipo de reclamo es visto como un chantaje. Sin pensar que las voces que piden nuevos rumbos surgen de un cansancio auténtico, Iván Duque y su partido han preferido entregarse a patéticos planteamientos conspiracionistas, que involucran meticulosas influencias trasnacionales, y que convierten a todos los inconformes en anarquistas sin rostro en busca de terror.
Es preocupante la forma en la que rotulan a todo crítico como violento y anuncian desmanes con tal certeza que parecieran estar ansiosos porque ocurran. Resulta angustiante ver cómo se rodean, únicamente, de aquellos que piensan igual. Su escaso diálogo está con los aduladores, en conversaciones de una sola vía, en las que brota el entusiasmo por errores que ven como aciertos. En la misma bolsa se mezclan gabinete y congresistas y periodistas de medio pelo que hacen el juego a la criminalización de la protesta.
Pero lo que se va a sentir en las calles este semana tendría que abrirle los sentidos a Duque y acercarlo a la realidad. De a poco el discurso divisorio se diluye porque el apoyo a la queja resultó mayor de lo previsto y el grito será masivo. Entre más grande el grupo, más difícil la generalización. No es sencillo tildar de violentos, sin pruebas, a medio millón, a un millón, que además cuentan con el respaldo de intelectuales, artistas, universidades e iglesia. Si caminan los amigos y las esposas y los hijos y los hermanos, se caerán por mentirosas las etiquetas fáciles de los que insisten en desacreditar la marcha. Los que tratan de convencernos que, ante un país en crisis, la solución es quedarse en la casa.