Por Laura Gallego Moscoso *
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Dice Mauricio García Villegas, en El país de las emociones tristes, que los seres humanos “dedicamos lo esencial de nuestra energía intelectual a convencer a los otros, más que a descubrir cosas. (...)” La verdad, dice García, “(...) es una posesión que nos empeñamos en confirmar, más que en un desafío que nos empeñamos en descubrir”. Una invitación a reivindicar la curiosidad, que a su vez es una reivindicación del verbo aprender y de la palabra pluralidad como máxima, no solo desde la lógica de la interacción entre las personas, sino también desde las instituciones como arreglos entre estas últimas.
Descubrir implica el reconocimiento de que no existe una historia única ni definitiva sobre casi ninguna persona, institución, objeto u experiencia. El relato único es peligroso, subraya Chimamanda Ngozi, porque crea estereotipos, y el problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que son incompletos, esto es, convierten un relato en el único relato, lo que termina privando a las personas de su dignidad. Nos pone en la posición en la que nos cuesta reconocer nuestra común humanidad. Así, cuantas más historias, cuantas más ideas sobre el buen vivir, cuantos más sistemas de valores por reconocer, más libertad, más humanidad.
Esta aproximación al descubrir ha sido en las últimas semanas el reflejo del trabajo de muchas instituciones y personas de la ciudad y la región, que se han reunido para escuchar e intentar construir caminos posibles en un momento de complejidad del país que exige inteligencia colectiva. Han ido emergiendo una serie de iniciativas de diverso alcance y origen sectorial, centradas en entender, conversar, explorar y crear posibles acciones que respondan a la crisis social y económica de la ciudad, y también como respuesta implícita a la desconexión que se ha ido profundizando entre empresas, sociedad, academia y gobiernos sobre el proyecto común.
De ello son ejemplo Los Diálogos de ciudad – región, liderados por la Corporación Región en alianza con empresas, fundaciones, universidades y cajas de compensación, que se ha propuesto recoger parte de la experiencia de la Consejería Presidencial de los años 90 y propiciar espacios de interacción entre diversos para construir un proyecto colectivo de Medellín y Antioquia. La iniciativa Puentes de la Casa Morada, para crear vínculos improbables entre ciudadanos de las muchas micro-ciudades que habitan Medellín y el Laboratorio Social que lidera la Fundación Mi Sangre y que viene constituyéndose en una plataforma de conversación, aprendizaje y acción entre actores plurales alrededor de retos concretos y fundados en el tejer confianza, entre muchos otros.
Desde Proantioquia venimos participando en algunas de estas y otras experiencias. Creemos en el valor de movilizar las capacidades de las empresas, las organizaciones sociales y los gobiernos para pensar, actuar e incidir; y estos tiempos de convulsión nos ha exigido especialmente volver a la pregunta de cómo creamos valor, cómo contribuimos a resolver desde la acción empresarial los problemas estructurales de la región y el país, y con quiénes construimos relaciones de confianza. En los territorios de Medellín con la Tejeduría Territorial o las conversaciones en alianza entre Jóvenes y Empresarios que tienen valor más por las preguntas que propician y las voces que se reivindican, que por las repuestas aún incipientes a los retos del presente.
Estamos en un momento de emergencia y reconfiguración del capital social de la ciudad región que debe ser motivo de atención y cuidado. El número de plataformas y experiencias de diálogo, de intercambio de visiones, de espacios de conversación son el reflejo del deseo de preguntar, entender e imaginar distinto el país y la región que queremos. Ya llegará el momento de la convergencia. Por ahora hay que celebrar la movilización colectiva en torno a la conversación y el descubrimiento de los otros
* Presidenta ejecutiva (E)
de Proantioquia.