Por Adolfo León Obando Santamaría
El fútbol como otras actividades del quehacer humano se ha convertido en un reservorio de ejemplos para sus seguidores; en algunos casos se promueven buenas prácticas de conducta social y en otros, conductas diametralmente opuestas. El reciente caso del guardameta argentino Emiliano “Dibu” Martínez es justamente un caso de conducta reprochable, que empaña su destacable actuación como deportista. Sus logros estrictamente futbolísticos no admiten discusión, pero sus desatinados gestos de celebración y euforia, justamente cuando se le reconocen sus virtudes deportivas, envían un mensaje equivocado a muchos niños que como es lógico suponer, tratan de emular su comportamiento y habilidades en el campo de juego.
La crítica incluso la no deportiva, ha censurado con vehemencia su comportamiento, ha sido implacable en sus comentarios, al punto de afectar su titularidad del puesto de arquero en su actual equipo de competencia. Hasta el momento no se tiene conocimiento de un pronunciamiento del deportista ofreciendo disculpas por su censurable comportamiento.
Por su bien, por su futuro futbolístico, por ser un ejemplo que inevitablemente cantidad de niños van a seguir, Emiliano debería tener la humildad, caballerosidad y don de gentes de reconocer su error públicamente, disculparse con sus agredidos y demostrar que puede equiparar sus excepcionales capacidades deportivas con su comportamiento y conducta personales. Con seguridad sus críticos aceptarían ese gesto.
El fútbol, la sociedad y especialmente la juventud y la niñez futboleras, agradecerían ese ejemplo de gallardía y él podría ahora sí, festejar sin condiciones. De lo contrario su imagen, tranquilidad e incluso su condición deportiva se irán degradando paulatina e inexorablemente hasta convertirlo en un tristemente “ídolo autodestruído”. Ojalá recapacite para que el mundo futbolístico y la sociedad en general puedan recordarlo como El Gallardo Martínez.