Por Carlos Alberto Giraldo M.
En las refriegas del Esmad contra los vándalos, quienes desdibujan y degeneran las marchas, convirtiéndolas en estampidas y batallas lejanas de su ánimo inicial pacífico, brota, con poderosas evidencias de destrozos y heridos, aquella pulsión que los sicoanalistas llaman “agresiva o destructiva”. Tan común aquí.
En una escala algo más poética, Rubén Blades, el cantante de salsa y narrador de la cotidianidad urbana de Latinoamérica, emplea una descripción más sencilla y mordaz: “tipos que cuando niños sus mamás no los querían y ahora de adultos viven repartiendo bofetá”. O repartiendo pedradas y petardos, granadas lacrimógenas y aturdidoras.
Los dos videos, el de las heridas mortales al adolescente Dilan Cruz con un estallido en su cabeza, y el que derrumba al policía Arnoldo Verú Tovar, en Neiva, mientras su casco vuela por los aires, retratan a ese país que, en parte, ha salido a las calles a liberar la energía rabiosa con la que este Estado de frustraciones carga a los ciudadanos. A los que lo defienden, con escudos y armaduras modernas de kevlar, y a los que lo atacan, con piedras y frascos incendiarios cual horda medieval.
Aunque en apariencia son dos bandos antagónicos, ellos son la suma de una desgracia compartida: la de la violencia como el recurso a la mano en una sociedad fragmentada, odiosa, perseguida por los fantasmas de su deshumanización sostenida, histórica. ¿Quién le cobra a quién? ¿Los policías enviados como perros de presa a disuadir y disolver a los revoltosos, que son el blanco perfecto sobre el cual descargar esa pulsión tanática, o aquellos manifestantes deseosos de ajustarle cuentas al sistema representado en el escuadrón antimotines?
“Este malestar en la cultura” que estamos viendo, estos episodios de agresión mutua, salvaje, bárbara, lamentable (por los heridos y muertos de todos lados: no solo Dilan y los 371 policías agredidos, sino otro vecino del barrio San Antonio, en Bogotá, abatido por una bala perdida en medio de la paranoia por proteger las casas de los saqueadores), están dando la medida del país socialmente enfermo que tenemos y frente al que hay que establecer un diálogo reparador, sanador, reconciliador.
La semana y la opinión estuvieron divididas entre quienes quisieron condenar al gobierno y al Esmad por la muerte de Dilan, y entre quienes repudiaron las agresiones a los agentes y al mobiliario público. El vandalismo, y la represión para contenerlo, son las dos caras de una misma moneda: la de una nación enseñada a cobrar y pagar con violencia las deudas que la agobian. Es hora de buscar otros valores de cambio....