En el balcón de la casa de mi abuela, mientras tomábamos un chocolate parviao, veíamos caminar a una señora rumbo a la misa. Le pregunté a Mamita por qué no iba a misa todos los días como esa señora. Dijo que no necesitaba ir todos los días. Que para ser buena persona no se tiene que estar rezando a toda hora. Que ella iba los domingos y trataba, —hizo énfasis en trataba— de seguir los mandamientos del señor. Mi tío, un divergente, —era ateo cuando le quería sacar el demonio a mamita— argumentó que esa señora iba todos los días a la iglesia a pedirle a Dios que no le quitara la plata, que era tacaña, que echó a una familia de uno de sus apartamentos porque no le pagaban la renta. Mi tío, fanático del chavo, decía que ella era como el señor Barriga, pero sin la barriga del señor decencia. Mi abuela lo reprendió diciéndole que no hablara mal de nadie, que cada cual hiciera con su vida lo que quisiera. Detestaba el chisme. Podía combinar perfectamente su catolicismo y amor al papa, con los chistes de doble sentido.
Esa conversación dejó enseñanzas. La primera que el chocolate caliente te puede quemar el pico. La segunda, que ufanarse de orar todos los días no necesariamente te hace mejor persona. A muchos les sirve, pero no es garantía. Mi abuela no rezaba tanto y era buena gente. En cambio, muchos presumen de una supuesta espiritualidad y son más tramposos que político en campaña. Vi a varios esta semana santa poner frases bíblicas en los estados de WhatsApp y sé que tienen tanto veneno que si se muerden la lengua se mueren. “Dime de qué te ufanas y te diré de qué careces”, decía mi abuela.
Gente con camándula en mano que va por ahí jodiendo al prójimo. Rezan el domingo y de lunes a viernes joden al mundo. Por poner un ejemplo, uno de esos que tenía en la foto de perfil el corazón de Jesús, me robó más de cien millones. A muchos debería darles vergüenza con Dios, con Jesús, —con el Dalai Lama no porque ese viejo es un lengüilargo—. Leen en la biblia: “ama al prójimo como a ti mismo”, lo repiten con ojito cerrado, pero en su interior son racistas, homofóbicos y clasistas. Oye, Dios conoce tus intenciones.
No he podido entender la contradicción de leer y escuchar las bellas enseñanzas de la Biblia, pero no practicarlas, o peor, interpretarlas a su conveniencia para justificar la maldad. Ser adalid de la moral no lleva a nada. No soy faro de nada, y jamás lo seré. Tengo tantos defectos como pecas en la piel. Creo en los actos de las personas más que en lo que dicen. Lo he comprobado pues he sido un hipócrita, morrongo, fariseo, gorzobia baracunata, cucharamí... Pero intento seguir lo que decía mi abuela: “Tratar de ser buena persona”. Tratar, así estemos contaminados de defectos, con tratar, ya es mucho cuento.