“Con un gesto de desaprobación, mi padre decidió construir un gallinero al fondo del jardín. Mi madre enseguida aprovechó la ocasión: «niños, vamos a hacer un experimento de diseño participativo». En nuestra variante, uno lo diseñaba y los demás se arremolinaban alrededor y opinaban”. Los hijos de Renzo Piano, autor del Pompidou, eran demasiado anárquicos para ponerse de acuerdo en un único diseño. Por eso sus padres organizaron un concurso. Lia lo cuenta con detalle en el libro Planimetría de una familia feliz (Seix Barral): “Se interrumpieron las actividades familiares, mi madre nos preparó justificantes para el colegio. Con su letra flotante, escribió tres versiones idénticas: «por causa grave imprevista de fuerza mayor». Con lo cual la maestra me dijo «lo siento mucho: mi más sincero pésame»”. Lia y sus hermanos se encerraron en sus habitaciones, “rebautizadas como talleres”. Y sucedió lo lógico: en tres días, la casa se convirtió en feudo absoluto de las gallinas que la ocuparon. Lo recuerda así: “Mis hermanos se peleaban. Cada media hora llegaba desde su habitación el sonido de las hojas arrugadas”. En medio de tanto trajín, la niña se enfermó. “Solo mi madre sabía la cura: me otorgó un cargo de responsabilidad: «tesoro, mejórate que eres la presidenta del jurado, si te mueres tendremos que anular el concurso»”. Así llegó el día del fallo. La Giorco Design —formada por Giorgio y Marco, sus hermanos— presentó un multi-gallinero: cuatro plantas movidas por un sistema de poleas de tracción animal. O, lo que es lo mismo, accionadas por los cuatro perros.
Entonces llegó la propuesta de la madre: una ciudad encantada, rodeada de siete murallas circulares, un dédalo de callejuelas. Con un problema: solo cabía una gallina.
“Mi padre no presentó ningún proyecto. Nos cargó a los tres. Uno, a caballito; yo, sobre los hombros y el otro, abrazado a su cintura”. “Ustedes han presentado proyectos, pero yo les propongo un método: vamos a diseñar el gallinero conforme lo vayamos construyendo”. “No nos peleamos ni una sola vez”, concluye Lia Piano. “El gallinero nos enseñó que las opiniones son importantes, pero que al final decide la materia. Un mes después, regresamos al colegio”. Descubrieron que el gallinero participativo iba surgiendo en el intervalo entre pensamiento y acción: “aquello que en nuestra fantasía parecía fácil se revelaba mucho más complejo una vez que tocaba tierra”. Comprendimos que el punto de unión de dos piezas es conflictivo por naturaleza. Que si no lo consigues a la primera, tienes que volver a intentarlo, pero si a la décima sigue siendo un desastre, igual tienes que pensarlo un poco mejor