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Felipe Vélez Roa
Columnista

Felipe Vélez Roa

Publicado

Dos mil veintiuno

Por Felipe Vélez Roa

felipevelezroa@gmail.com

Cuando más arreciaba la incertidumbre por la pandemia y no sabíamos si regresaban los confinamientos, si las vacunas servirían o alcanzarían, este año 2021 nos devolvió la esperanza. La vida tomó un nuevo aire, la humanidad trascendió la pandemia y fue muy bonito reencontrarse con los amigos, con la familia, volver a compartir la mesa, ir a un restaurante o tomarse un café con amigos a los que no veíamos hace mucho tiempo.

Este año se reactivaron los negocios. Nos sorprendieron las ofertas para comprar algunas célebres empresas antioqueñas y nos hicieron reflexionar sobre los intereses ocultos detrás de esta movida y la sospechosa coincidencia con la confrontación de la administración con el empresariado antioqueño. El riesgo de que estas compañías dejen de ser de Medellín nos hizo reconocer su importancia para la ciudad y el compromiso de nuestros empresarios con la construcción de una mejor sociedad. Tal vez esta situación nos sirva para poder lograr aún más y que con su capacidad de articular puedan tenerse conversaciones más incluyentes y darles las herramientas necesarias a nuestros jóvenes para que puedan aprovechar las oportunidades que hay en el mundo.

Lastimosamente, este año también fue el año de las mentiras. Nos acostumbramos a no confiar en nuestros gobernantes. Empezamos a hacernos a la idea de ya no ser la tacita de plata; de que las basuras no sean recogidas; nuestros jardines, llenos de maleza; los parques y espacios públicos, sucios y descuidados, y a la de enterarnos de un escándalo diferente cada semana. Ya es normal que los grandes contratos se hagan con empresas de papel, que tienen su sede en una casa donde ni siquiera dan razón y que nadie, nadie, tenga la menor esperanza de que un ente de control exija que las cosas se hagan bien, investigue para recuperar los dineros públicos que se pierden o para defender nuestras instituciones. Quisiera que esto se fuera con el año viejo y el próximo año nos traiga la ilusión de poder volver a confiar en nuestros gobernantes.

Al final, la esperanza se mantiene, qué buena reflexión nos dejó Encanto. Con ella, validamos lo que significa ser colombiano y rescatamos nuestra identidad. A través de un mensaje positivo reconocemos lo que somos, nuestra gente, nuestra música y nuestros paisajes. La película parte de una familia que ha sido desplazada, lo que representa nuestra historia reciente de violencia, pero nos cuenta ese final que todos queremos ver, a pesar de que algunos lideres se empeñen en profundizar las divisiones. Con todo y los momentos oscuros, siempre habrá una luz al final de camino y con nuestra magia y encanto somos capaces de superar las dificultades y de volver a brillar 

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