Sadiman es un campesino de 70 años que vive en Java, una de las islas de Indonesia con más volcanes. Geneng, su pueblo, está situado cerca a las laderas del volcán Lawu. Hace más de 20 años, el volcán explotó y los ríos de lava que bajaron de su cráter incendiaron la región y destruyeron los bosques y los cultivos en varios kilómetros a la redonda.
Los árboles murieron, las cosechas se perdieron, la tierra se erosionó y los ríos se secaron. Los alrededores del pueblo quedaron convertidos en un desierto. En esa época, Sadiman tenía 45 años y, como casi todos los campesinos del centro de Java, estaba dedicado a cultivar la tierra y a cuidar rebaños de cabras.
Sadiman decidió vender sus cabras y dedicar el resto de su vida a sembrar árboles. Para financiar su trabajo, montó un vivero de plantas y un cultivo de clavos de especie.
“Pensé para mí mismo: si no planto árboles de higuera, esta tierra se secará definitivamente. En mi experiencia, los árboles de higuera pueden almacenar mucha agua”, dice Sadiman.
Al principio, pocos vecinos apreciaron su trabajo. “La gente se burló de mí por traer semillas de ficus a la aldea y por cambiar mis cabras por árboles de higuera jóvenes. Se sentían incómodos porque creían que había espíritus en estos árboles”.
Mientras el resto de la gente luchaba por recuperar su tierra plantando cultivos de pan coger y seguía dedicada a las cabras, él sembró más de 11.000 árboles sin recibir ningún pago. De este modo, árbol tras árbol, logró sembrar de higueras y otras especies unas 250 hectáreas de tierra.
Hoy, después de 24 años de trabajo, Sadiman ― cariñosamente llamado “mbah” o “abuelo”― ha vuelto verdes las colinas que antes eran yermas y áridas. La presencia de los árboles devolvió el agua a los arroyos y formó nuevos riachuelos en el bosque. Gracias a él, más de 340 familias de los alrededores de Geneng tienen garantizado el suministro de agua, aún en la estación seca.
La falta de lluvia en el área arrasada por el volcán limitaba a los agricultores a recoger una sola cosecha al año. Ahora, se han formado manantiales. El agua se canaliza hacia las casas y se usa para beber, alimentar las cabras y regar las granjas. Y las cosechas en el año han aumentado a tres.
Por lo demás, las raíces largas y extensas de las higueras ayudan a retener las aguas subterráneas, a prevenir la erosión de la tierra, y a evitar las avalanchas de lodo y las inundaciones.
Indonesia, el país de Sadiman, es uno de los tres que más bosques ha perdido en el mundo en los últimos años, sobre todo por los incendios provocados por los cultivadores de palma de aceite que tumban los árboles y los queman para expandir sus plantaciones. Solo en 2018, Indonesia perdió al menos 340 mil hectáreas de bosques.
Por eso el gobierno ha decidido luchar contra la deforestación. Y Sadiman se ha convertido en un héroe para sus compatriotas. La agencia de desastres de Indonesia ―BNPB― y el gobierno le entregaron un premio de 100 millones de rupias ―unos 7.000 dólares― “por inspirar a la gente y realizar su tarea sin recibir ningún pago ni esperar nada a cambio”. Desde 2019, videos con su historia han sido difundidos por las agencias de noticias EFE, Reuters y Deutsche Welle, y por la televisión indonesia.
Sadiman dijo, al recibir el premio: “Antes, la gente pensaba que estaba loco. Espero que ahora la gente de aquí pueda tener una vida próspera y feliz. Y que no quemen más los árboles”