Estas fiestas de la Navidad de la covid-19 debían ser de las más tristes por tantas vidas perdidas y por los miedos que nos persiguen. Y, sin embargo, junto al dolor del que no podemos liberarnos nos han traído el regalo de descubrir que aún sabemos amarnos. Estos días hemos deseado más que nunca tener a nuestro lado no solo a la familia sino a los amigos del corazón.
Hemos sentido como pocas veces la solidaridad con los que pasarían las fiestas solos. Hemos descubierto que al final no somos tan malos como a veces nos sentimos.
La soledad forzada de tantas personas sin poder estar con nosotros, el dolor de no poder abrazarnos y besarnos, ha revelado como aún no se ha apagado la necesidad de amarnos físicamente. Al final hemos tocado con la mano que el amor es el motor del mundo junto con la curiosidad del conocimiento. Hemos descubierto que el amor no es una abstracción sino algo tangible que pasa por nuestra sangre y se hace carne.
No somos ángeles, pero tampoco demonios. He recibido felicitaciones de personas que están a las antípodas de mis ideas. Que podrían ser mis enemigos. Ello me ha hecho pensar que la amistad no tiene ideologías. El amor y la amistad son más fuertes que nuestras divergencias. Y deberían ser mayores que el odio y la violencia que aquejan a nuestra sociedad.
Estos momentos de crisis nos hace descubrir que, a pesar de tantos horrores, el mundo sigue en pie y sigue descubriendo que al final el amor es más importante que el desamor.
El mundo no está perdido y seguirá en pie mientras sigamos descubriendo, como estos días, que los otros también lloran. Jesús trajo un mensaje revolucionario como el de perdonar al enemigo. Parece absurdo, pero es verdad que sin el diálogo y la capacidad de entender también las lágrimas del otro seguiremos encarcelados en la maldita telaraña de un camino sin salida.
La esencia de la Navidad y del Año nuevo abarca muchas cosas diferentes, pero sobre todo es la celebración de la vida. Y ella está amasada con lágrimas y desamores, pero también con exigencias de encuentro. En los niños a veces las lágrimas se transforman en seguida en risas.
Ellos no tienen fronteras inviolables entre el dolor y la felicidad. Y todos nosotros desde los más déspotas hasta los más santos en la soledad sa.ben que en la vida acaba triunfando la resistencia contra la maldad y la injusticia