Yo creo que los humanos de toda la Historia han dicho: “estos son tiempos difíciles, agobiantes, terribles, no saldremos bien librados”, ¿Y qué más hacer? Pues levantarse y enfrentar la complejidad cotidiana, no hay opción. Las transiciones tardan y la esperanza también, así, más tarde que nunca, sea una nueva desazón. Somos lo que somos, una brecha, un grupo de políticos que se insulta, otro que salta y cae para escapar, pero tarde o temprano se llevará su merecido, porque así no haya justicia, vivir huyendo, vivir defendiéndose de las sirenas de la policía, de quien mira detrás de la ventana, no debe ser una vida.
Una vida es abrir los ojos y no sentir miedo, es preparar el café contando los granos justos que deben ser molidos, olerlos en la palma de la mano, calentar el pan, hacer un guiso rápido para sentirse lleno, no por los huevos comidos muy despacio comprendiendo la textura del tomate y la discreta cebolla, sino por aquello que se escucha, la espectacular marcha triunfal de Aida, la de Verdi, no esa que ayer fue noticia toda la mañana y seguramente hoy ya será un pasado irónico del cual se ha sobrevivido con humor, con tristeza, con el mismo olvido de siempre.
En medio de todo eso, del fin de los tiempos otra vez, de la desazón más suprema que la suprema, he pensado, una vez más, qué necesita el hombre para vivir, y la respuesta a la que he llegado, la de los últimos días, es que lo único esencial es el amor, en eso consiste la fuerza de la vida, creo yo, en eso radica, de alguna forma la belleza. ¿Para qué vivir sin amor? También supongo que aquí yace la injusticia, porque los seres humanos podemos engañarnos fácilmente, vivir creyendo en otras cosas. Pero la verdad es que esto tan “fácil”, es un privilegio. Como escribió Darío Jaramillo en esa historia tremenda, Cartas cruzadas, “el amor es una casualidad que, si te ocurre una vez en la vida, ya te puedes justificar. Pero es una lotería; un milagro”. Yo me la he ganado un par de veces, ahora juego con el mismo ánimo de aquel que le da vueltas al tambor de la desdicha.
Estos son tiempos difíciles, pero ante la incomprensión y el trágico proceder diario, los libros, las historias de amor nos salvan, así ha ocurrido incluso en tiempos de temibles pestes, en tiempos de muerte hace muchos años, en reinos muy lejanos. Las historias nos despiertan, el amor nos da la esperanza suficiente para seguir soñando con los castillos de piedra, no esos de arena que duran poco en el mar.