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P. Hernando Uribe
Columnista

P. Hernando Uribe

Publicado

El arte de conversar

Por hernando uribe c., OCD*

hernandouribe@une.net.co

Según el evangelio de Juan, Jesús demostró en su encuentro con la samaritana ser maestro consumado del diálogo. Vivía recorriendo los caminos interiores del Padre, de sí mismo, del hombre y de la creación, y así se extasiaba hasta con la hermosura de los lirios del campo, pues “ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos” (Mt 6,29).

Un día Jesús se encontró con una samaritana “junto al pozo de Jacob en Sicar” y le pidió de beber. Jesús comenzó el diálogo contando con lo que más interesaba a esta desconocida, el agua. Con su respuesta la mujer trató de evadir la conversación. Mas Jesús, avezado en los caminos interiores, insistió en que si ella conociera quién le pedía de beber, ella le hubiera pedido a él “y él le habría dado agua viva”.

Jesús establece sintonía con su interlocutora interesándose en su vida cotidiana, y así atrae su atención, pues la mujer se siente seducida, como si despertara de un profundo sueño, diciendo de inmediato: “Señor, dame de esa agua, para ya no tener sed y así ya no tener que venir aquí a sacarla” (Jn 4,15).

Jesús va poniendo al descubierto la riqueza interior de su interlocutora. Después de que él le dice que los verdaderos adoradores ya no tendrán que ir a ningún lugar, sino que adorarán “en espíritu y en verdad”, como si un oscuro presentimiento se le volviera realidad, ella descubre que Jesús es el Mesías.

Impresiona sobremanera lo que dice Juan, que la mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad a decir a la gente: “vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho”, comentado así por San Juan de la Cruz: “Y la Samaritana olvidó el agua y el cántaro por la dulzura de las palabras de Dios”.

Vivo como pienso, y cuando pienso estoy poniendo palabras a lo que me pasa dentro y fuera de mí, y a lo que me llega de fuera. Cuanto más me cultivo, más estrecha es mi relación con todo, comenzando por mí mismo, y así mi interioridad, mi verdadera grandeza humana, aparece cada vez más sugerente y poderosa en el diálogo conmigo mismo y con los demás.

La palabra es el distintivo de Dios y del hombre, y el diálogo expresa su interioridad. Por lo cual el hombre del siglo XXI está llamado a cultivarse con esmero para llenar de contenido cada palabra que pronuncia, y así, como Jesús con la Samaritana, hacer de la conversación el secreto de la felicidad.

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