A pocos días de la salida de Uber del país, vale la pena hacer una reflexión sobre lo que está en juego acá. Lo primero que hay que destacar es el éxito que Uber ha tenido en Colombia con sus más de 2,2 millones de usuarios y 80 mil conductores, unas cifras fruto de seis años de operación. Una parte no despreciable de los 75 millones de utilizadores y 7 millones de choferes afiliados que tiene Uber en los 68 países y 600 ciudades donde opera.
Hay quienes dicen que Uber hace parte de la llamada, de forma pomposa, economía de colaboración. La idea es que existen firmas que pueden conectar gente con el propósito de distribuir, compartir y reutilizar bienes y servicios, todo con grandes ganancias en términos de de ganancias en eficiencia. En esta economía habría dos grandes ejemplos muy exitosos de consumo colaborativo: Airbnb y Uber. En el caso de este último, los propietarios de vehículos comparten su vehículo con quienes están necesitando uno para transportarse a algún destino.
Faltaría considerar en todo caso otros atributos que tiene Uber que hacen el asunto más complejo y tal vez menos idílico. Uber propone un modelo de negocio muy atractivo e innovador, por medio del cual crea un mercado para un servicio de viajes dentro de una ciudad (incluso a las afueras) y pone en contacto los oferentes de viajes con los demandantes.
Uber, sin embargo, no acepta que está prestando el servicio de transporte. Argumenta que no posee vehículos y no emplea conductores. Es una especie de corredor de bolsa que provee un algoritmo para facilitar el encuentro de la oferta y la demanda de viajes, facilita la formación de un precio, organiza los pagos y cobra una comisión por eso. Además, quiere garantizar la calidad del servicio con un sistema de calificación de oferentes y demandantes.
Con ese exitoso modelo Uber se enfrentó a la esclerotizada industria del servicio de viajes urbanos en Colombia y la revolucionó, y mientras tanto se apropió del 20% del negocio. Es ahí donde aparecen los problemas y la economía de colaboración termina generando graves conflictos. El hecho es que el monopolio de los taxis está protegido por las barreras reglamentarias y el modelo de -Uber irrumpe y perturba ese arreglo. Las consecuencias son, como se está viendo, económicas, políticas y sociales.
De ahí que la regulación sea especialmente difícil de diseñar. La salida anunciada de Uber precipitó algo que debió hacerse hace mucho tiempo, ya que cada vez hay más aplicaciones que han copiado o querido copiar ese modelo y vienen a llenar un vacío. Es insostenible el esquema actual centrado en los taxis y la regulación debería permitir el ingreso de otras posibilidades de movilidad dentro de las ciudades, para beneficio de los consumidores.
El punto central es precisar, en términos legales, la naturaleza del servicio que ofrece Uber (o sus competidores digitales). Superar la negación que caracteriza su presentación y defensa ante las autoridades permite desentrabar todo. Indispensable lograr que el algoritmo sea transparente, en especial en la determinación del precio del servicio y sus variaciones, como la llamada tarifa dinámica. Fundamental exigir respeto a las normas laborales y calidad en el servicio. Sobre todo, no reemplazar un monopolio por otro.