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Arturo Guerrero
Columnista

Arturo Guerrero

Publicado

El clamor secreto de los pictogramas

Por arturo guerrero

arturoguerreror@gmail.com

Chiribiquete y La Lindosa son serranías en el centro de la selva amazónica colombiana donde gentes de la era del hielo dejaron pintado un grito de quién sabe qué, para seres de nuestro presente despelotado. Escondido desde hace veinte mil años, la firma de la paz con la guerrilla permitió apreciar ese clamor secreto.

Son más de cien mil pinturas hechas sobre las rocas más difíciles del mundo. En las paredes laterales de los tepuyes, grandes moles de superficie superior plana, atoradas en medio de las alturas de un bosque tropical: ahí las trazaron los habitantes de la noche de los tiempos.

En 1986, un azar de tormenta desvió la avioneta del antropólogo y arqueólogo Carlos Castaño Uribe, entonces director de Parques Nacionales. Y ahí estaban, abiertos al ojo, coloridos, incógnitos, los dibujos abigarrados de geometrías, cuadrículas, pájaros voladores y de cuello largo, mamíferos inflados, jaguares, peces, hombres con garrotes o armas de aquella época, sus manos extendidas con los cinco dedos bien contados.

Los trazos a veces aparecen alineados horizontalmente, como si los autores hubieran querido escribir en renglones su discurso desconocido. En ocasiones sorprenden caballos y perros de los traídos por los españoles, señal de que el conjunto fue elaborado por etapas.

Existen cuantiosas fotos y testimonios de recientes exploradores. Pocos se atreven a interpretar la voz arcaica. Se han hecho comparaciones con maravillas del primer mundo, como Altamira, Lascaux, la Capilla Sixtina. Son irritantes, pues sugieren que nosotros no tenemos derecho a soñar con antepasados de lenguas y estéticas autónomas.

Entre Guaviare y Caquetá, a pocos kilómetros de San José del Guaviare, está esta zona hermética. Municipios como Cartagena del Chairá, San Vicente del Caguán, Calamar, se hicieron conocidos por el rastro de los uniformes y fusiles de las antiguas Farc. Nadie se atrevía a aventurarse en semejante nido de secuestro y guerra. A pesar de que hoy la paz es una triza, esta zona abrió sus tesoros.

Por fin es posible escrutar el principal enigma: ¿qué quisieron transmitir con sus trazos aquellos abuelos de la nada? ¿Qué aprendieron de los jaguares? ¿Por qué precisamente en este atormentado siglo quisieron sus espíritus abrir esta galería de arte, lenguaje y ciencia?

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