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Juan Camilo Quintero
Columnista

Juan Camilo Quintero

Publicado

El código de la vida

Por juan camilo quintero

juanquinterocti@gmail.com

La primera vez que escuché la palabra “hacker” fue a finales de los 90, cuando un amigo me contó que un experto en informática había entrado al sistema operativo de CONAVI causando algunos daños. Esa persona era menor de edad y fue descubierta.

Hoy día, de la mano de la evolución tecnológica la palabra “hacker” es más común de lo que desearíamos. Estas personas se ganan su reputación poniendo en jaque al sistema, y también recordándonos que las certezas humanas, esas que nos sirven para levantar nuestros mundos siempre son frágiles y vulnerables. En efecto, los “hackers” pueden atacar sistemas informáticos y afectar millones de personas en segundos. Todo amparados en que cada vez somos más interdependientes, tenemos mayor conectividad y nuestra vida diaria depende, en gran medida, de alguna plataforma digital.

Pero más allá de lo que sucede en el cyberespacio, la realidad es que hoy día alguien desconocido, en cualquier rincón del planeta, gracias a la evolución y abaratamiento tecnológico, puede lograr cosas impensables hace 50 años. Se podría afirmar que el mundo de frontera ya no le pertenece únicamente a las grandes universidades y multinacionales sino que puede estar en manos de grandes científicos o de muchachos que apenas pasaron por algún centro educativo pero que se han abismado en la tecnología hasta lo impensable.

Uno de los descubrimientos más asombrosos fue el del Genoma Humano. Al punto que el expresidente Bill Clinton lo denominó “estamos entendiendo el lenguaje en el que Dios creó la vida”. Cada vez vamos más en la ruta de poder copiar y pegar genes para modificar genéticamente su orden natural que, a la vez tiene errores, y alcanzar humanos genéticamente más perfectos, inteligentes, hábiles e inmortales.

En este sentido, la discusión siempre será ética. ¿Podemos modificar la naturaleza humana y utilizar este conocimiento para nuestra propia evolución-destrucción? Lo cierto es que el acceso a esta nueva información, cada vez nos permite, parafraseando al profesor Juan Izpisua, del Salk Institute: reescribir el libro de la vida.

La preocupación de muchos ronda frente a la regulación de los gobiernos. Desde mi punto de vista, es imposible que una ley controle estos avances, ya que el nivel de exponenciación y diseminación de estas tecnologías es real y pueden ser usadas clandestinamente por “Biohackers” que a hoy manipulan el código genético de animales, plantas, y hasta de fármacos, etc.

Un tema complejo, con su lado positivo y a la vez oscuro que, sin duda alguna, obliga a una discusión global y no solo de los países desarrollados. Estamos frente a la apertura de una puerta que puede hacernos más inmunes y perfectos o hasta inmortales, pero tal vez sea el camino a la extinción global. Por esto y otras razones que he expuesto en otras columnas, considero que la formación ciudadana en valores, principios, ética, humanidades es más que necesaria para que el avance tecnológico no se convierta en nuestra propia autodestrucción.

p.d: hace poco escuché una frase a Lina Vélez de Nicholls que decía su papá Ignacio Vélez E., “cuando las sociedades avanzan, los problemas cambian”, muy a lugar en lo que se refiere el cambio tecnológico.

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