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El coloso en llamas

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Por Manuel Vilas

Veo un viernes por la noche, en la televisión, una reposición de la película El coloso en llamas, de 1974. De todas las películas que llevo vistas desde la llegada de la pandemia esta es la que más se acerca a mi estado de ánimo. Narra un incendio en el rascacielos más alto del mundo, en la ciudad de San Francisco, a principios de los setenta.

Yo era un niño cuando se estrenó en España. Fue una película famosísima. El fuego se inicia en la planta 81. Es un fuego originado por los malos materiales con que fue construido el edificio, por querer ahorrar unos millones de dólares. Identifico, en mi inconsciente, fuego con la covid-19. Cuando aparecen los bomberos con sus máscaras y sus cascos me siento representado. Por fin veo una película donde los personajes llevan algo parecido a una mascarilla, una película en donde el enemigo puede asfixiarte, romperte los pulmones, como hace el virus.

Los papeles principales los interpretan Paul Newman, Steve McQueen y Faye Dunaway. Solo ella sigue viva a día de hoy, y tiene 79 años. La covid-19 me ha obligado a consultas compulsivas de Wikipedia a la búsqueda de vivos y muertos. El hecho de que Dunaway siga viva ha iluminado mi noche del viernes. En la película ella aparece con un vestido muy leve, casi inexistente. Steve McQueen lleva una corbata. Paul Newman va con una chaqueta de ante y luce un sello en el dedo anular. Sale en la película tecnología de la época, que hoy parece inverosímil y naíf. Rompen los cristales del piso 136 arrojándoles unas sillas. Hoy sabemos que los cristales de los rascacielos son gruesos, resistentes, blindados.

Vi El coloso en llamas en un cine de Zaragoza, en 1974. Habíamos ido a ver a unos amigos de mis padres, cuyos hijos, mayores que yo, me llevaron a ver esa película. Yo tenía 11 años. Tal vez la utilidad de esta película es recordarme quién era yo la primera vez que la vi. El cine y la literatura también son pequeñas señalizaciones en el camino de nuestra existencia, lugares por donde da la vuelta el tiempo. Cómo pudo causar tanta sensación y tanta emoción esta película, si ahora todo parece de cartón piedra. Cada vez que se quema vivo algún personaje o se cae al vacío envuelto en llamas no siento pena, no siento nada, se nota demasiado que son maniquíes.

No he dicho aún lo más emocionante de esta película: el papel de secundario que interpreta Fred Astaire. Veo el rostro de Fred Astaire y regresa una ilusión misteriosa, un beso de la vida.

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