Preocupado lector. Hace un par de meses nadie se imaginó que miles de aviones que cruzaban los cielos permanecerían en tierra. Tampoco que la mayoría de empresas grandes y pequeñas dejarían de operar y menos que la gente sería confinada a permanecer en sus viviendas.
El coronavirus apareció en China, por fortuna estaba lejos del resto del mundo; era su problema no el nuestro. Sin embargo, el virus llegó en aviones y barcos y el problema fue de todos.
Algunos países tardaron en tomar medidas de fondo y pagaron por ello. Otros, gracias a las equivocaciones de los primeros, han actuado con mayor acierto, evitando que mueran muchos más.
En esta ocasión quiero exponer algunas reflexiones sobre algo tan inesperado. Es evidente que los médicos han tenido una enorme influencia en las decisiones del jefe del Estado y de sus inmediatos colaboradores. La salud es lo más importante para los seres humanos, y nadie debería morir por falta de atención y de recursos.
De acuerdo con esta premisa se han tomado todas las medidas, cueste lo cueste, para evitar que más personas pierdan la vida. En buena parte, el país se paralizó, con unas pocas excepciones.
Si uno mira el presupuesto nacional, el mayor porcentaje de los recursos es para la educación, le siguen la salud y la defensa. Si se concluye que lo prioritario es la salud será forzoso castigar la enseñanza y el orden público.
No se puede ignorar que mientras más se aplace el reinicio del sector productivo mayor será la catástrofe. Miles de empresas y negocios van a desaparecer y con ello millones de puestos de trabajo.
Hasta el momento el manejo que ha dado el Presidente es sensato. Sin embargo, lo más difícil es acertar de ahora en adelante. Una equivocación en prolongar más de lo debido este encierro tendrá consecuencias funestas. A todo lo anterior se agrega la drástica baja en el precio del petróleo y la inevitable disminución de los recursos tributarios para el próximo año.
Sin la menor duda, las decisiones que se han tomado, por duras que hayan sido, serán insignificantes frente a las que habrá que adoptar en un futuro próximo; así los cacerolazos suenen con mayor fuerza.
A pesar de acertar con las medidas, por ejemplo, suspender los aportes en pensiones durante varios meses, facilitar créditos a los negocios, con mayor énfasis para la agricultura, que nos garanticen el suministro de alimentos, los próximos años serán muy difíciles.
En esta dura calamidad todos vamos a perder. La mayoría clamará para que los dueños de los negocios y otros propietarios soporten el peso de esta desgracia, sin comprender que a la postre será peor para quienes pretendan salir libres de perjuicio.
Será forzoso luchar con empeño para salvar la vida de muchos seres, pero aislar la producción de bienes y servicios es propiciar un conflicto igual o peor que el coronavirus. Cuando alguien grita: “La bolsa o la vida!” el ideal es negociar.