No es poco frecuente que una crisis política o económica tenga un impacto doloroso también en la salud física, mental y espiritual de las personas que se encuentran en el ojo del huracán, a pesar de ellos mismos. Es lo que observo que está pasando a varias personas decentes, abrumadas por las prácticas clientelistas del alcalde Quintero y su camarilla de gente sin escrúpulos. Conductas discordantes producen también desequilibrios en nuestra salud, es decir en nuestra energía vital. Las consecuencias se manifiestan en depresión, agotamiento, entre otros síntomas. A lo largo de nuestra vida hay crisis que nos golpean como ciclones y nos dejan traumatizados. Muchas veces la reacción es reducirnos y volvernos gallinas cuando en realidad somos águilas. Sucumbimos al miedo y a la incertidumbre. El trauma tiene el poder de robarnos nuestra vitalidad y destruirla. Es como si nuestras energías estuvieran constipadas. Nos contraemos en un bloqueo neuromuscular. Las enfermedades son muchas veces el reflejo del prolongamiento de estas condiciones. Todo eso se agudiza aún más cuando una sociedad o una cultura organizacional premian al silencio y la falta de iniciativa.
La buena noticia es que la misma crisis puede ser la fuente de autorrenovación y transformación. En la misma crisis también existen las energías, el potencial, y los recursos necesarios para el cambio. Por eso, cada crisis o trauma que experimentamos es también una invitación a transformarnos. Como escribe el psicoterapeuta Peter Levine, “El trauma, resuelto, es una bendición de un poder mayor”. Dicho de otra manera, una crisis es la oportunidad para evolucionar y dar un aporte fundamental a la sociedad. Es el momento en el cual nuestro héroe interior despierta, acepta el desafío y responde a la llamada. Esto es posible cuando uno se reconecta con su inteligencia interior. Es un momento de coraje, porque es la decisión consciente de elevarse por encima de los miedos, las frustraciones, las tristezas y la lástima de sí mismo. Es un momento de generosidad porque es un elevarse sobre el propio instinto de sobrevivencia. Más allá del propio límite, al dejar atrás su zona de confort, empieza el camino del héroe interior hacia nuevos territorios y fronteras. Uno se desprende de lo conocido para entrar a lo desconocido y transformarse acompañado, posiblemente, de guardianes y de buenos compañeros de viaje.
En Medellín hoy muchos saben y son testigos de los atropellos, de los actos de corrupción y de abuso de poder que están pasando. Los conocen quienes trabajan en la Alcaldía, en EPM, en Ruta N y en otras entidades del territorio. Pero casi todos se quedan callados. Varios se están enfermando, porque el cuerpo no aguanta tanta toxicidad. Es el momento de la decisión, del coraje, de la generosidad; es una invitación a transformarse y a transformar, de rebelarse al estatus quo y de engendrar una nueva Medellín. El futuro de esta maravillosa ciudad depende hoy también de la decisión de los testigos de quedarse en silencio o de hablar (y por ende de presentar denuncia frente a los entes de control), y de paso, recuperar la energía vital propia y de la ciudad.