Hubo un tiempo en el que los mares eran un vergel inabarcable que proveía de alimento a los hombres. Sin descanso. Por aquel entonces, las aguas saladas eran el lecho de un maná que parecía eterno y a las orillas llegaban millones de conchas con cada bajamar. Hace no mucho, cuando un servidor era un crío que correteaba desnudo por las playas, en los arenales de mi querido Norte, allá en las costas de Santander, los turistas llenaban cubos de coquinas y almejas de las que luego daban buena cuenta. Pero cada verano los cubos eran más exiguos. Hasta que llegó un día en el que no quedaron conchas vivas enterradas en la arena.
Les cuento esto porque ayer mismo mis hijos Malena y Diego salvaron de la depredación humana a un cangrejo malva y rosa del tamaño de un puño que vagaba asustado con la marea en retirada por las playas de la ría de Formosa, en el Algarve portugués más próximo a España. Si el pobre bicho hubiera caído en las zarpas de algún otro chiquillo al que su manada no le hubiera enseñado bien a amar a los animales en vez de en las manos de mis retoños, a los que obligo bajo las penas del infierno a ver de vez en cuando los maravillosos documentales de la BBC, el crustáceo estaría criando malvas despiezado.
Sin embargo, mi camada se dedicó a observar la dirección que llevaba el bicho y, una vez determinada esta, a llevarle en volandas sorteando decenas de sombrillas y chanclas hasta un barrizal poco apetecible cuajado de compadres con pinzas. No contentos con esta acción propia de cascos azules de la ONU, arrebataron de las garras de los turistas embadurnados en crema a decenas de coquinas chicas para mudarlas a lugares más seguros.
Sé que puede parecerles una sandez, pero me siento más orgulloso de mis hijos por este tipo de gestos que por sacar dieces en el Colegio.
Los océanos cubren el 70 % de la superficie de la Tierra, albergan el 80 % de la biodiversidad del planeta, absorben el 30 % de todas las emisiones de dióxido de carbono amortiguando el impacto del calentamiento global y capturan el 90 % del calor adicional que generan dichas emisiones. Además, los océanos producen alimentos, empleo, minerales y recursos energéticos necesarios para que la vida prospere. Más de 3.000 millones de personas dependen de los océanos como fuente principal de proteína y, sin embargo, sabemos más de Marte que del fondo del mar.
Si todos respetáramos nuestro entorno, empezando por el de nuestra calle, barrio y ciudad, y siguiendo por todos aquellos lugares que visitamos, y nos dedicáramos simplemente a contemplar la naturaleza y a observar sin molestar a los seres vivos, nuestro planeta sería un lugar mejor, más robusto y más benéfico para nuestro presente y futuro. Porque está comprobado que quienes viven en entornos limpios, cerca de parques, arboledas, jardines y fuentes, sin pintadas ni contaminación, sin basuras, son personas más felices con vidas más fructíferas. El entorno lo es todo. Si criamos a nuestros hijos en el Averno, acabarán con rabo y cuernos.
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A Patricia Rave Flórez, por sus años de trabajo en esta Casa, por achicar un océano de distancia en un susurro y hacer de la nada una sonrisa.