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P. Hernando Uribe
Columnista

P. Hernando Uribe

Publicado

El cuerpo de Cristo

Por hernando uribe c., OCD*

hernandouribe@une.net.co

El hombre es un ser compuesto de cuerpo y alma, sus dos dimensiones esenciales, distinguibles, no separables, de modo que no hace nada solo con el cuerpo o solo con el alma. En la unidad de cuerpo y alma consiste todo lo que es y todo lo que hace.

Como realidad viva, el hombre necesita alimentarse, alimentar cuerpo y alma. El alimento saludable al cuerpo proporciona salud al alma, y viceversa. Alimento es lo que comemos y bebemos para subsistir, pues sin alimento la vida se extingue, se muere.

Después del milagro de la multiplicación de los panes, el pueblo busca a Jesús porque sació su hambre, pensando encontrar en él el mesías deseado. Mas Jesús les dice que es su Padre el que les da el verdadero pan del cielo. Y al decirle que les dé de ese pan, Jesús responde: “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá nunca sed” (Jn 6,35).

En Jesús aparecen dos dimensiones esenciales, la humana y la divina. Por lo cual, encontrarse con él es entrar en relación con esas dos realidades, pues la una está en la otra. Y así cuando él se ofrece como pan, se refiere a ambas dimensiones, la del cuerpo y la del alma, la humana y la divina.

Compro un reloj y le pido al vendedor que me lo envuelva en papel de regalo para un amigo como expresión de amor, admiración y gratitud. El reloj, convertido en regalo, adquiere un valor inapreciable para quien hace el regalo y para quien lo recibe.

Jesús se despide así de sus amigos: “Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes, hagan lo mismo en memoria mía” (Lucas 22,19). Comer ese pan es anticipar ya el cielo en la tierra. Y al pedirles que lo hagan en “memoria” suya, los está invitando a realizar un cuidadoso ejercicio de esperanza.

La misión de la esperanza consiste en purificar la “memoria” llevándola del pasado al futuro camino del presente, haciendo del acontecimiento de la eucaristía anticipo del Reino de los cielos. “Dichosos esos servidores si el patrón al llegar los encuentra en vela: les aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno en uno, les servirá” (Lc 12,37).

En esta invitación, Jesús hace todos los papeles. Es el anfitrión, es el que sirve a la mesa y es el alimento que todos disfrutan. El poeta místico la canta así: “La cena que recrea y enamora”.

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