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Juan José Hoyos
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El delfín que se enamoró de una ballena

Por Juan José Hoyos - redacción@elcolombiano.com.co

Esta es una historia de amor que empezó con un libro. Se llama El hombre y el delfín y fue escrito por el neurocientífico John C. Lilly, un hombre que dedicó su vida a estudiar la comunicación entre el hombre y otras especies. Su hipótesis era esta: los delfines pueden comunicarse con los humanos.

En 1961, su aparición despertó el interés de varios científicos que trabajaban con la NASA en la creación de un lenguaje que apoyara sus experimentos de búsqueda de vida extraterrestre.

Ellos ayudaron a Lilly a obtener fondos de la NASA y otras entidades gubernamentales de Estados Unidos para crear un laboratorio donde se pudiera demostrar que era posible crear un canal de comunicación entre humanos y delfines.

Con su apoyo, Lilly fundó en 1963 un laboratorio para un experimento inédito: tratar de enseñar inglés a los delfines. Se llamó Casa de los Delfines y fue instalado en las Islas Vírgenes. Dos hembras – Pamela y Sissy – y un macho joven llamado Peter fueron los tres ejemplares escogidos para el experimento. En 1964 se sumó Margaret Howe Lovatt, una muchacha de 23 años, quien trabajó como voluntaria por pura curiosidad.

El laboratorio tenía una casa en el nivel superior y un acuario en el nivel inferior. Margaret propuso enseñarles a hablar a los delfines de la misma forma que una madre le enseña a hablar a un niño. Para hacerlo debía haber una inmersión en el lenguaje 24 horas al día, así que el nivel superior de la casa fue inundado a una altura de medio metro para poder vivir con ellos y conseguir que hablaran.

El alumno más aventajado fue Peter, el delfín joven. Margaret convivía con él en el acuario durante seis días a la semana, y el séptimo día, Peter era dejado solo con las hembras.

“Cuando no teníamos nada que hacer era cuando más hacíamos ... Él estaba muy, muy interesado en mi anatomía. Si estaba sentada y mis piernas estaban en el agua, él se acercaba y miraba la parte posterior de mi rodilla durante mucho tiempo. Quería saber cómo funcionaba esa cosa y me encantaba. Peter se frotaba en mi rodilla, mi pie o mi mano” cuenta Margaret en un documental de la BBC. “Esa relación de tener que estar juntos se convirtió en disfrutar de estar juntos, y querer estar juntos, y echarlo de menos cuando no estaba allí”. Ella, por su parte, lo acariciaba por todo el cuerpo. Luego, él frotaba su cuerpo contra el cuerpo de ella.

Los delfines pueden hacer sonidos de forma parecida a los humanos, a través de sus espiráculos, que son las pequeñas aberturas exteriores de las tráqueas, no por sus bocas. Muy pronto, Peter comenzó a decir algunas palabras. A veces, cuando la veía, repetía: “Hola Margaret”.

“El delfín estaba locamente enamorado de ella” cuenta un veterinario encargado de cuidar los animales en el laboratorio.

En 1966, la NASA estaba cada vez más interesada en los progresos del experimento y envió un científico a comprobar lo que sucedía en la Casa del Delfín. Desafortunadamente, por esa época, Lilly, el jefe del proyecto, estaba fascinado con el poder psicodélico del LSD y se había dedicado a dosificarse ácido tanto a él mismo como a los delfines, sin el consentimiento de Margaret. La historia de amor acaba en tragedia. Los rumores no tardaron en difundirse entre la comunidad. La NASA retiró su apoyo al proyecto. La sede fue clausurada. Peter fue llevado a un acuario de Miami sin suficiente espacio ni luz. Y sin Margaret... Allí, en una semana, se dejó morir de tristeza .

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