Querido Gabriel,
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”. Esta famosa frase de Dickens en Historia de dos ciudades que se ajusta a muchas épocas y situaciones aplica también para el internet y las redes de nuestros tiempos. Luego de ver el documental El dilema de las redes sociales te invito a conversar sobre estas plataformas, si estar o no en ellas, cómo usarlas para nuestro beneficio e impedir que abusen de nosotros, nos manipulen y agudicen nuestro lado más oscuro.
Hace 12 años, en la primera campaña de Obama en los Estados Unidos, algunos pensamos que se estaba realizando el sueño del internet que fortalecería la democracia y enriquecería el debate. Los idealistas de la red, amantes de Wikipedia y de su espíritu libre, colaborativo y desregulado nos emocionamos y celebramos. Con los años, sin embargo, las redes cambiaron, sus algoritmos se refinaron para succionar la atención de las personas con el fin de comercializar ideologías, bienes y servicios. Aparecieron hackers que atacaron las más antiguas democracias, surgió la posverdad y aumentó la polarización. Se convirtieron en la gran paradoja de nuestro tiempo. En el mismo espacio en el que uno puede comprar un libro en un clic o alegrarse, segundos después de que ocurra, porque el premio Nobel de Literatura fue otorgado a una poeta que escribió algo tan bello como: “las cosas que no pueden moverse aprenden a mirar”, se alientan manifestaciones violentas, se amplifican el odio y la mentira y se acaba en horas con la reputación de una persona o una institución.
El linchamiento en redes de esta semana contra Filarmed por su concierto en un avión fue especialmente doloroso. Sin meternos a epidemiólogos, con respeto por el miedo de cada uno y reconociendo ciertos errores que deben ser fuente de aprendizaje, hay que resaltar que el trabajo de la Orquesta este año es grande y hermoso: resistir con coraje, cuidar a músicos y públicos, enseñarnos que la música es una herramienta de transformación social y recordarnos que no debemos perder la fe en la humanidad. Ninguna lapidación está justificada, pero algunas, como esta, deberían convertirse en motivo de reflexión colectiva.
En mi caso, por otro lado, las redes me sirven bien. Me regalan belleza y conocimiento. En ellas revolotean colibríes y tucanes, pululan las ideas de Steven Pinker, Thomas Friedman, David Brooks, Martha Nussbaum, Alejandro Gaviria y muchos más. Sus algoritmos me ayudan a prestar atención a la izquierda y la derecha. Su inteligencia artificial me ayuda a perseguir los matices y las ideas que me incomodan; me permiten leer, para mantenerme alerta, a Trump, Bolsonaro, Maduro y AMLO, y sus correspondientes colombianos. Aprecio mis redes porque me acercan a Yourcenar, a Borges y a Cortázar, a la poesía y al arte. Las valoro porque en ellas aprendo de salud, medio ambiente, espiritualidad, economía y política.
Esta semana fue, al final, muy hermosa, porque gracias al internet y las redes pudimos disfrutar del Festival de Teatro San Ignacio para “tocar universos sensibles”, como dice Octavio Arbeláez. Luz y tinieblas, sabiduría y locura, al final depende de nosotros, de lo que llevemos adentro y lo que queramos proyectar al mundo. A propósito, podemos comenzar nuestra tertulia con estos versos del poeta griego Anacreonte: “Quiero hacer odas a la guerra / pero solo el amor resuena / en mi lira de siete cuerdas”.
* Director de Comfama