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The New York Times
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Publicado

El Ejército de sicópatas de Nigeria

Por

Tolu Ogunlesi

redaccion@elcolombiano.com.co

Aquí, en el núcleo comercial de Nigeria, es tentador considerar a Boko Haram, el grupo terrorista islámico que por más de cinco años ha librado la guerra en el lejano nororiente del país, como una tragedia lejana. Claro está que somos conscientes de los efectos: miles de muertos, decenas de miles de desplazados, infraestructura destrozada (colegios, iglesias, mezquitas, hogares, estaciones de policía) que tomará años y millones de dólares para reconstruir. Sin embargo la realidad es que el impacto de la insurgencia se propaga por todo el país.

El año pasado entrevisté a los vendedores de un popular mercado de textiles en Abeokuta, una ciudad a unas 60 millas al norte de Lagos. Cuando hablamos de los retos que enfrentan, yo esperaba escuchar lo usual: energía eléctrica, impuestos, acceso a crédito. Pero una mujer mencionó a Boko Haram; una buena cantidad de clientes suyos vivían en Nigeria del norte y habían dejado de hacer pedidos cuando comenzó la insurgencia.

Los lazos de intercambio entre el norte y el sur son aún más aparentes en la agricultura. Gran parte de la comida de Nigeria proviene de la zona emproblemada. Chibok, el pueblo de donde fueron secuestradas cientos de niñas en abril pasado, es un pueblo de granjeros que cultivan grano que llega a mercados por todo el país.

El año pasado, unos meses después del secuestro, hablé con el padre de una de las niñas secuestradas. Como muchos granjeros del sector, tenía miedo de salir a sembrar algo en el campo y la temporada estaba llegando a su fin.

Los nigerianos están acostumbrados a la inestabilidad, tanto económica como política. Pero ninguna crisis en la historia reciente ha igualado a aquella creada por la campaña de terror de Boko Haram. El objetivo declarado por Boko Haram es crear un califato islámico, pero demuestra poco impulso por establecer su legitimidad como un gobierno alternativo. Los informes sobre una masacre este mes en Baga e imágenes satelitales de la destrucción de infraestructuras comerciales en Doro Gowon, confirman el hecho de que Nigeria está enfrentando un ejército de psicópatas disfrazados de proselitistas islámicos, y la única respuesta razonable debe ser la militar.

Después de que las niñas de Chibok fueron secuestradas, el presidente Goodluck Jonathan se demoró tres semanas para hablar del tema, y pasaron meses antes de que se reuniera con las familias de las niñas.

La comunidad internacional también está impaciente. El gobierno de los Estados Unidos se ha negado a venderle armas a Nigeria, desconfiando tanto de la capacidad como del historial en materia de derechos humanos de las fuerzas militares.

Los fiascos continúan. La masacre de Baga fue recibida con silencio por parte del presidente, mientras que las fuerzas militares le restaron importancia al número de muertos. En cambio Jonathan condenó los ataques terroristas en París.

A un mes de las próximas elecciones generales, dichos tropiezos han llegado a definir el gobierno del señor Jonathan. La oposición lo ha acusado de corrupción, señalando el inflado presupuesto de seguridad del país. En una campaña electoral en el suroccidente de Nigeria a principios de este mes, escuché a un político de la oposición decirle a la multitud que la única forma de asegurar la seguridad de sus hijos era votar por Muhammadu Buhari. El General Buhari, un oficial militar retirado de 72 años quien gobernó a Nigeria hace 30 años, es quien está mejor posicionado para ganar.

Su partido Congreso de Todos los Congresistas (APC) promueve un ambicioso programa para crear empleo, eliminar la corrupción, ofrecer educación gratis y sanar. Jonathan refuta vigorosamente la idea de que su desempeño ha sido débil o que se muestra demasiado tolerante ante la corrupción. Pero más que todo ha evitado mencionar a Boko Haram. Tal vez se ha dado cuenta de que sus usuales frases clichés- “El terrorismo es un problema global”. “Nigeria no está solo”. “Nigeria triunfará”. parecen vacías.

Los nigerianos tienen que tomar la acción decisiva que su presidente no ha logrado ofrecer. Guardo la esperanza de que en el día de San Valentín, en las elecciones, los nigerianos recuerden a las niñas perdidas de Chibok, a los residentes muertos de Baga y a los refugiados del norte, y que saquen del poder a un hombre que ha demostrado, más allá de la certeza, que no es capaz de inspirar confianza como comandante en jefe .

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