Hablar del escapulario es hablar de la Virgen del Carmen. El escapulario, del latín, significa espaldas, dos pañitos atados con dos cuerdas para colgar sobre pecho y espalda. Detalle seductor de la ternura maternal de María con sus hijos.
En 1251, en Inglaterra, la Virgen se apareció a san Simón Stock, superior de los carmelitas en el mundo, y le entregó el escapulario como signo de predilección para todo el que lo lleve. Es un sacramental, un recordatorio sensible de lo que pasa en el alma. Que los ojos vean, los labios besen y las manos acaricien el amor de la Madre por sus hijos.
Los Carmelitas somos una Orden religiosa fundada en el Monte Carmelo bajo la protección de la Virgen María, cuya consigna fue: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38), y de san Elías, siglo VIII a. C., cuyo lema fue: “Ardo en celo por el Señor, Dios de los ejércitos” (1 Reyes 19,10). El amor de Dios, que orientó la vida de Elías y de María, es la fuente de inspiración de los carmelitas.
En el siglo XVI dos egregios carmelitas dieron un esplendor extraordinario a la Orden del Carmen, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, dos de los más grandes místicos del mundo, y dos de los más insignes escritores de la lengua española. Una amistad profundísima con el Creador fue su distintivo. Para S. Teresa orar es “tratar de amistad con quien sabemos nos ama”. Y S. Juan de la Cruz sintetiza su vida en este verso: “Que ya solo en amar es mi ejercicio”.
La pandemia le está haciendo ver cada vez más intensamente al hombre del siglo XXI la pequeñez de su grandeza, y la necesidad de orientar su vida por el camino del amor, lejos de la codicia y los apegos, que llenan más y más el mundo de mentira, violencia y corrupción. Buen momento para hacer del escapulario el amigo del alma, que le recuerda siempre su vocación de amor.
La pandemia pone al descubierto la dolencia de amor de todo hombre, la única que merece atención, pues ella da sentido a la vida y a la muerte, hasta el punto de no solo no temerla, sino desearla con toda el alma. Lección arrobadora el dicho de San Juan de la Cruz: “No le puede ser al alma que ama amarga la muerte, pues en ella halla todas sus dulzuras y deleites de amor”.
El escapulario, recordatorio admirable de cómo dar cada paso del camino con amor.