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Diego Aristizábal
Columnista

Diego Aristizábal

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El intelecto y el corazón

Por Diego Aristizábal

desdeelcuarto@gmail.com

Hago el intento de recordar dónde fue que leí esta frase: “A la oscuridad respondes con luz”. Por más que pienso, no tengo ninguna pista. Detesto cuando no apunto bien una referencia y me quedo con algo que no es mío. Está escrita en mi libreta, acompañada de otras anotaciones sobre Nikos Kazantzakis y la novela que leo: “Zorba, el griego”. Seguramente debe ser del libro, de alguna búsqueda que hice en internet o de “Carta al Greco”, el texto autobiográfico de este escritor, nacido en Grecia en 1883.

La frase me hace pensar en el presente, en este mundo convulsionado donde vivimos, que nos hace pensar siempre que nunca han existido épocas tranquilas. Siempre hemos habitado cierta oscuridad con pequeños destellos de luz, a ellos nos aferramos o, mejor aún, los propiciamos. El ser humano cargará siempre la ambivalencia para honrar la existencia.

En una intervención magistral para la BBC de Londres, un año después de finalizar la Segunda Guerra Mundial, Nikos Kazantzakis habló de la armonía que debe establecerse entre el espíritu y el alma, solo así una civilización mantendrá un nivel elevado. “Cualquiera que hoy día entre en contacto con hombres conscientes, en cualquier parte del mundo, observa hasta en ellos las consecuencias inevitables de la guerra, es decir, los resultados de la angustia y del hambre, cansancio, ansiedad e incertidumbre”, y sobre estas circunstancias es necesario reconstruir la vida interior del ser humano.

¿Cómo podrá el hombre rehacerse interiormente en un clima de cansancio, de ansiedad y de incertidumbre?, se pregunta el poeta. No hay sino un solo medio: movilizar todas las fuerzas de luz que están adormecidas en cada hombre y en cada pueblo. En este momento no hay otra salvación. Debemos movilizar todos nuestros recursos para combatir la mentira, el odio, la pobreza y la injusticia. Debemos anclar la virtud en este mundo.

El deber espiritual del hombre, hoy día, es mayor y más complejo que en el pasado. Él debe aportar el orden en el caos después de la guerra y abrir un camino. Debe descubrir y formular un nuevo grito de llamada universal, capaz de establecer la unidad; es decir, la armonía entre el intelecto y el corazón. Debe hallar las palabras sencillas que una vez más van a revelar a los hombres esta simple verdad: los seres humanos son todos hermanos. Esto, que se ha dicho tantas veces en la historia que cargamos y vivimos, y que retoma Kazantzakis, hoy sigue siendo un pendiente; no por eso se debe olvidar tal propósito, que, en definitiva, debería llevarnos a la reconciliación

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