Lo que más les ha faltado a casi todos los aspirantes a la Presidencia de la República ha sido una dosis razonable de la llamada modestia republicana, una actitud más altruista y la demostración de que no son superhéroes ni personajes que hablan desde la lejanía de una suerte de dimensión supraciudadana, sino individuos normales que no tienen derecho a mirar por encima del hombro ni a sus contradictores ni a los llamados a votar en las elecciones de marzo, el mismo mes en que florecen los narcisos.
Por extraña casualidad, los narcisos aparecen cuando llega la primavera. Simbolizan renacimiento, esperanza, alegría, resistencia, buena suerte y prosperidad. No se de quién, tal vez experto en jardinería, fue la idea de cuadrar elecciones en ese mes luminoso, tan promisorio incluso para la política. Pero, además de la poética explicación floral, el narciso tiene también su origen en la mitología. Narciso era un muchacho, hijo de Cefiso y Liriope, por así decirlo, muy pinta, muy bonito, que se enamoró de su rostro al verse en el espejo del agua. Como tumbalocas paradigmático no podía corresponderle a nadie porque sólo se quería a sí mismo.
El narcisista se siente dueño de la verdad, es refractario a la crítica, se ofende cuando alguien lo cuestiona, no responde por sus faltas, piensa que todos deben rendirle pleitesía, anda rodeado de un aire de superioridad y no está dispuesto a reconocer que los demás también tienen derechos. En fin, padece, o goza, de un trastorno de la personalidad que lo vuelve insoportable, aunque viva convencido de que todo lo merece, el poder le está reservado y es el mejor, lo máximo, el ungido, el bendecido de los dioses y los demás hombres.
¿No está representándose acaso una comedia narcisista con el desfile por la pasarela mediática de varios aspirantes presidenciales que hablan de ellos, se autocalifican como insuperables, ven a sus compañeros de controversia como sujetos subdotados y olvidan que los ciudadanos hoy en día no son tan cándidos ni tan crédulos y quieren interpelarlos para que traten cuestiones de fondo, hablen de ideas y programas y no se limiten a exponer una narrativa concentrada en la imagen que ven en el espejo?
El jardín de los narcisos, vanidosos y ególatras, que exhiben las llamadas coaliciones, está influyendo en la desvalorización progresiva, o mejor: regresiva, de lo que entendemos por proceso electoral como anuncio de renovación primaveral en el floreciente mes de marzo. Cuando las posibilidades de mejoramiento de la calidad de vida de una sociedad se agotan porque los elegibles no garantizan un cambio satisfactorio por vivir embelesados, casi todos, en la contemplación de sus encantos, es probable que la gente no aguante más semejante espectáculo de ridícula superioridad moral