“Contra lo que suele creerse, es la criatura de selección, y no la masa, quien vive en esencial servidumbre. No le sabe su vida si no la hace consistir en servicio a algo trascendente. Por eso no estima la necesidad de servir como una opresión”. José Ortega y Gasset. “Radiografía del hombre-masa”.
La semana anterior partió para el cielo Beatriz Restrepo Gallego a quien tuve el privilegio de conocer cuando colaboré en el ejercicio de prospectiva regional más importante que Antioquia ha tenido hasta ahora, el Plan Estratégico de Antioquia, Planea. Para esta región es un vacío enorme no seguir contando con ella, con su inteligencia y luces; pero su ausencia será real si el legado que nos deja no se convierte en guía para la acción, personal y societal.
Además de mujer y madre valiosa y valiente, fue esencial pero no exclusivamente una educadora, profesión que se relaciona más con el ejemplo que damos y menos con lo que en un salón de clase enunciamos, lo que convierte a todos en educadores. La grandeza es propia de su familia, porque sus virtudes eran las mismas que las de su hermano Francisco Restrepo, “Pacho Cohete”, a quien tanto y tantos tenemos que agradecer por lo que aprendimos y seguimos aprendiendo de él.
Beatriz hacía evidente la certeza de los ciudadanos selectos y nobles que lo que tienen y saben debe estar al servicio de una sociedad mejor, y no como ventaja para aumentar privilegios personales. Pero no sólo sus intenciones fueron superiores sino su forma de ejercer el liderazgo, que los mediocres creen está asociado con la visibilidad y el irrespeto a los subordinados. Su nula pretensión por figurar contrastaba con la enorme responsabilidad y entrega a las tareas que le asignaban. La suavidad y respeto para con uno, era tan grande y poderoso como la firmeza de sus convicciones y la solidez de sus ideas.
Teníamos puntos de vista ideológicos distintos, pero ella siempre oía y aprendía, característica básica de alguien inteligente. El respeto y análisis de las ideas de los demás no solo era una manifestación de su educación familiar sino la convicción diáfana en Beatriz de que, la sumatoria de ideas o la competición inteligente de ellas significaba una posibilidad de construir algo mejor para el futuro de Antioquia y Colombia.
Hoy creen algunos que la participación femenina en la sociedad se garantiza equilibrando numéricamente su presencia en los cargos directivos, pero eso no es seguro, porque Beatriz es la prueba de que la importancia de una dirigente no es proporcional a su exposición personal sino a la trascendencia de su trabajo para la sociedad.
Ahora debe estar feliz en el cielo con otra grande que se fue, Doña Lucía de la Cuesta, su amiga y aliada en tantas cosas importantes que Antioquia y sus “líderes” no supieron valorar completamente, pero que serán parte del legado tan inevitable como importante que nos dejaron.