Por Sebastián Castro Zapata
Universidad Pontificia Bolivariana
Facultad Psicología, semestre 6
sebastiancastrozapata@gmail.com
El realismo mágico de Gabo se queda corto cuando nos ponemos a mirar la realidad de este país. Desde medidas como decretar un día sin Iva en plena pandemia, hasta ver cómo el fiscal general se va de puente para una isla paradisiaca en medio de un escándalo en el que la justicia es la protagonista. Estos son solo dos hechos, pero una indagación más profunda sacaría a la luz una lista larga de acontecimientos mágicos e increíbles que solo pueden darse en Colombia, y por más que puedan diferenciarse entre sí, comparten algo en común que termina siendo el fenómeno más increíble y preocupante: vivimos permeados por el olvido.
La mente del colombiano parece sometida a una amnesia. En palabras del realismo mágico, un aura que rodea todo el territorio y que hace que nos indignemos para que después, como por arte de magia, no se vuelva ni siquiera a nombrar el tema. Este país vive de momentos. Hoy estamos indignados con lo que pasó en aquella comunidad en Risaralda, pero en unas semanas pasará algo peor y ese tema estará condenado al olvido, así como hicimos con Dilan Cruz, la “ñeñepolítica”, la masacre de El Aro, etc. En una perspectiva positiva diríamos: es que a este país le gusta perdonar, y quizás es verdad. ¿Pero de qué sirve maquillar las heridas si cuando se toquen van a seguir doliendo? Vivimos de promesas que ni siquiera recordamos, de olvidar aspectos específicos de las hojas de vida de nuestros mandatarios, podemos ver pero jugamos a los ciegos.
En medio de tanto surrealismo la solución solo podría ser mágica, así como cuando Duque nos encomendó a la Virgen de Chiquinquirá. Mientras sigamos sumidos en el olvido será muy difícil avanzar, y no se trata de vivir de la indignación y de las tragedias, se trata de asumir el rol que tenemos como ciudadanos dentro de una democracia y no dejar que las voces de nuestras sombras sean condenas al silencio, ellas siempre deberían ser el motor para el cambio. La bulla no nos debería durar una temporada, lo que pasa en el país nos afecta a todos y no es moda. Mientras esto no pase, seguiremos siendo una especie de live action de una novela que un cataquero escribe desde el cielo.
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