A veces me embeleso leyendo el evangelio de Juan, como el pasaje de la última cena en que Jesús dice a sus discípulos: “Como mi Padre me ha amado, los he amado yo a ustedes; permanezcan en mi amor”. Que el amor sea la atmósfera de aquella cena me deja sin palabras, y más si el punto de referencia es el amor del Padre, la fuente de todo amor.
Y me impresiono más al seguir leyendo: “Les he dicho esto, para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea completa” (15, 9.11). La alegría es el sentimiento de plenitud de bienestar, fruto del amor. Mi asombro crece como si me sintiera a las puertas del paraíso. Mi alegría es completa en la medida en que el amor divino se enseñorea de mí.
En una cena de amigos, que es la última, de puro suspenso en miradas, palabras y ademanes, el silencio es más elocuente que las palabras, un silencio que revela la magnificencia del anfitrión, como lo demuestran sus palabras: “Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado.” Y además, él los ama con el amor con que el Padre lo ama a él.
Y mi embeleso crece al seguir leyendo: “Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Juan 13,1). Para Jesús, morir es pasar de este mundo al Padre. Lo que S. Teresa vivía así: “Temor ninguno tiene de la muerte, más que tendría de un suave arrobamiento”.
El mandamiento del amor es la lección de Jesús que tenemos por aprender, haciendo de ella la tarea primordial de nuestra vida cotidiana, hasta hacérsenos familiar el dicho de San Agustín: “Después de esta vida, Dios mismo es nuestro lugar”. Y así, siempre que oramos, intensificamos en nosotros la presencia de ese lugar que llamamos cielo.
Dios es amor y por ser amor sale de sí mismo a crear criaturas de amor, el hombre en especial. Si miramos bien este mundo de pandemia, con manifestaciones azarosas de descontento social, mayor es la urgencia del amor, pues, según dice S. Agustín: “Ama y haz lo que quieras”, el amor nos llevará siempre por el camino del bien.
Buscamos la alegría por todas partes. Para Jesús, amor y alegría van de la mano. Nos queda por aprender que el secreto de la alegría es el amor. Amemos, pues, en la medida en que amamos, nuestra alegría es completa