Chile eligió un desarrollo orientado al mercado, un modelo económico que llevó a hablar de un caso exitoso de despegue de una economía emergente, con un crecimiento promedio de 5 % desde 1990. El buen desempeño económico permitió que el producto per cápita chileno sea hoy el más alto en Suramérica (US$25.978 en PPP), también reducir la pobreza de 38,6 % de la población a 7,8 % y mejorar muchos indicadores sociales.
Pero no fue suficiente, la chilena sigue siendo una sociedad muy desigual con un índice Gini de 47,7 (donde 100 es la desigual total), el peor de la alianza del pacífico y el más alto fuera de América Latina y África, y con muchas necesidades. Otra forma de verlo es con un cálculo que muestra que el uno por ciento de la población chilena recibe el 30,5 % del ingreso total o que, según Forbes, los cinco chilenos más ricos tienen el mismo ingreso que los cinco millones más pobres.
Además de la desigualdad, otro de los flagelos que afectan a la economía chilena es la presencia de monopolios en muchos sectores de la economía. Los chilenos gastan cerca del 40 % de su ingreso en mercados, donde no hay una competencia real. Matamala, de la Universidad de Chicago (How economic concentration and crony capitalism led to the chaos in Chile), dice que los mercados de la cerveza, tabaco y viajes aéreos son dominados por una sola empresa, tres ejemplos entre muchos.
De otro lado, según los datos del instituto de estadística, la mitad de los trabajadores recibe un sueldo igual o inferior a $400.000 (pesos chilenos) o menos al mes, equivalente a US$550, y la tasa de reemplazo de las pensiones es solamente el 31 % (el porcentaje de ingresos en la jubilación respecto a los ingresos previos).
El violento estallido espontáneo de la semana pasada que sorprendió a todo el mundo, mostró el descontento de muchos chilenos enfrentados a esa difícil situación, la realidad de quienes no disfrutan de las bondades del modelo. El alza del transporte fue el detonante porque realmente el alza de 4 centavos de dólar (3 %), es importante dentro de la canasta del trabajador chileno, teniendo en cuenta que gasta 30 % de sus ingresos en ese rubro. Para acabar de completar la primera reacción del gobierno fue frívola, invitando a los trabajadores a levantarse más temprano para tener una tarifa más baja.
El modelo chileno tiene esa otra cara, la elección que tomaron quienes hicieron las reformas de los años noventa fue crecer. Y crecer significaba liberar los mercados, reducir los subsidios y el tamaño del Estado. También la existencia de una banca central independiente con el mandato de reducir la inflación. Había una alternativa que era hacer las reformas redistributivas de entrada y no esperar a que la economía creciera a una determinada velocidad de crucero para empezar a solucionar los problemas de inequidad.
En la disyuntiva clásica entre redistribución y crecimiento Chile se jugó por el último, ahora tiene la oportunidad de escribir un nuevo contrato social para enfrentar decisivamente la desesperanza de los ciudadanos. El riesgo, si no se logra, es la llegada al poder de un populista de izquierda o de derecha, como algunos advierten.