El próximo sábado empieza el Mundial de Fútbol, casi que no. Millones de personas lo esperan realmente con ansias, contando los días y hasta las horas. No va a estar la Selección Colombia, por su propia culpa, pues a nadie más se le puede echar. Pero aunque no esté la tricolor, el Mundial seguirá siendo el acontecimiento que paraliza buena parte del planeta.
La sede será Qatar, país árabe del que hasta hace pocos años casi nadie sabía nada. Ahora, gracias a la labor de varios medios de información internacionales, se sabe bien cómo logró ser escogida como sede de este Mundial: sobornos a diestra y siniestra, plata en mano para los dirigentes de la todopoderosa Fifa, una entidad supranacional con más poder efectivo que la Onu. Hasta Joseph Blatter, el corrupto expresidente de la Fifa, aceptó que Qatar sobornó sin problema a sus colegas. Hay un expresidente de Francia, Sarkozy, que tuvo una participación en toda esta trama, a quien investigan judicialmente.
¿Algún aficionado dejará de ver partidos del mundial por saber que todo este evento está rodeado de corrupción? ¿Dejará de ver a Argentina, Alemania o Brasil por saber que en la construcción de los estadios hubo cientos de trabajadores muertos y explotados como esclavos? Creo que no. Ahí la ética cede el paso a la pasión por el fútbol, que no solo mueve billones de dólares sino que tiene más poder que los presidentes de las naciones. Qatar tiene el dinero, es decir, tiene el poder, y nada, nada le pasará. Por el contrario, logró ubicarse en la retina del mundo entero. La ética seguirá siendo un baloncito a los pies de los dueños de la plata.