Jesús fue maestro de maestros en el arte de contar cuentos, llamados parábolas. Ellas constituyen el corazón de su predicación. Frescura, originalidad, claridad, sencillez, singularidad lingüística y humanidad son su distintivo. Obras de arte consumado de la literatura, la teología, la mística y la espiritualidad, según el ángulo desde el cual las mire el lector, el meditante.
En literatura, las parábolas son modos prodigiosos de aprisionar en palabras la realidad divina y humana. En teología, en ellas aparece Dios en toda la elocuencia de su simplicidad absoluta. En mística, el que quiera descubrir su vocación de amor, lea y medite las parábolas. En espiritualidad, las parábolas enseñan a pensar y actuar con espíritu, armonía portentosa de la tierra con el cielo.
Las parábolas son fotografías verbales de la vida real. En ellas presenta Jesús la realidad del mismo que habla. Las parábolas son Selfis verbales del que las cuenta, de Jesús. Leerlas y meditarlas es penetrar en su contenido, algo arrobador, el alma de Jesús, a la vez que sentirse de repente protagonista también.
Quien lee el evangelio va de sorpresa en sorpresa con solo seguir la mirada de Jesús, que le basta con mirar para percibir lo que pasa en el corazón de quienes lo ven y lo escuchan. Su mirada penetrante lo hace señor de la situación, como cuando deja sin palabra a quienes lo interpelan ante una adúltera: “El que esté sin pecado que tire la primera piedra” (Jn 8,7).
La obra de arte, cuanto más perfecta, más incompleta es, pues, hecha para ser interpretada, cada intérprete la completa a su modo. Interpretación que debe estar en sintonía con la calidad de la obra, lo mismo que de su autor, como acontece, por ejemplo, en la música. Admirable afirmación la de Jesús: “El que tenga oídos, que oiga” (Mt 13,9).
Cuando Jesús dice que “el Reino de los cielos se parece a”, se está refiriendo, no a un lugar, sino a una persona, a él mismo. Jesús es la parábola de las parábolas, y por eso puede afirmar: “El que me ve a mí, ve al Padre” (Jn. 14,9). Y, al igual que Jesús, todo ser humano es parábola, pues el Creador hizo al hombre “a su imagen y semejanza” (Gén.1,27). Las parábolas son obras admirables de lo que es Jesús, modelo de todo hombre.
Ernesto Renán (1823-1892), escritor, filólogo, filósofo, arqueólogo e historiador francés, se extasiaba leyendo las parábolas. Y por eso, lleno de admiración escribió: “En las parábolas, como en las esculturas griegas, el ideal se deja tocar y amar”.