La revista Fortune publicó un artículo que es motivo a la fecha de gran controversia en la prensa mundial, el titulado: “Americans Aren´t Making Enough Babies, Says CDC”, se puede obtener digitando en Google el título anterior.
Comienza dicho artículo diciendo que investigadores de los “Centers for Desease Control” reportaron que la Tasa de Fertilidad Total -TFT- cifra que estima el número de bebés que debe tener una mujer promedio durante su edad reproductiva, entre los 15 y los 49 años, decayó de 1,84 en 2015 a 1,77 en 2017. Esta cifra es importante -concluye Fortune- porque se requieren 2.100 nacimientos por cada 1.000 mujeres si EE. UU. desea mantener una población estable. Sí; necesitamos más bebés o más inmigración.
Las mujeres hispanas promedian una TFT de 2,00, en tanto que estados como Vermont promedian 1,20 y Alabama 3,09. Pero ni los unos ni los otros logran remplazar la población sin inmigración. La tendencia estadounidense es un fenómeno global, se viene declinando lentamente desde 1960, cuando se comenzó a popularizar la píldora anticonceptiva, hasta un nuevo mínimo mundial de 2,44 en 2016. Una encuesta del diario The New York Times le atribuyó el descenso a que los adultos están posponiendo los nacimientos por culpa de los problemas financieros y de los matrimonios en edades avanzadas.
El IndexMundi fijo la TFT para Colombia para 2016, en 2,02 infantes/mujer. El crecimiento de nuestra población se ha tornado impredecible por culpa de los refugiados venezolanos. Sospecho que estas inmigraciones se están convirtiendo en uno de los más serios problemas de Colombia.
Regresemos a nuestro tema. El gran debate mundial se inició porque algunos expertos señalaron que una TFT elevada les resultaba indispensable a los países para mantener elevados tanto el estándar de vida como la calidad de esta. Que una tasa baja era el presagio de una crisis económica. La contraparte reviró: una población estable o declinante no presenta ningún problema ni para la economía, ni para el estándar de vida. He aquí el debate.
La Peste Negra -opinan algunos contradictores- es un ejemplo de la vida real de cómo condujo, después del año 1350, una población reducida por la peste, a una edad de oro para la mano de obra. La escasez de mano de obra hizo que los trabajadores sin habilidades excepcionales y mal remunerados fueran mejor remunerados. Los que sobrevivieron se aprovecharon de la producción, la agricultura y el comercio que dejaron los muertos.
Los historiadores no comparten la relación entre el crecimiento elevado de la población y el de la economía. Sostienen que el desarrollo económico no es una función primaria del número de personas, sino de la educación, de la productividad de los trabajadores y de la acumulación de capital. Si el crecimiento de la población explicara los aumentos en el nivel de vida, entonces China e India deberían ser muchísimo más ricas de lo que son hoy día.
Existe otro escenario en el cual declinan a la par el estándar de vida y la población. Se refieren los expertos al caso en que los jubilados y los retirados incapaces ya de laborar, superan a los trabajadores productivos. Cuando los jubilados consumen más de lo que son capaces de producir los jóvenes. Y aquí emerge un gigantesco problema político que obliga a los gobiernos a entrar en el escenario para responder a la pregunta: ¿Qué les sucede a los países si un gobierno ordena transferirles enormes sumas de los ingresos de los trabajadores corrientes a los retirados para pensiones de jubilación y programas de salud?
Algunos expertos consideran que los programas para los retirados se han elaborado bajo las expectativas de una población creciente, más y más jóvenes laborando por cada pensionado. Pero ante expectativas como las descritas, con los TFT aproximándose a los niveles de declinación, menos trabajadores por cada pensionado, no parece haber solución diferente a elevar las edades de jubilación para quienes pueden todavía trabajar unos años más, y mejorarles, de paso, sus mesadas