Hace 35 años, en pleno holocausto del Palacio de Justicia, empezó a circular la ópera prima de José Luis Díaz-Granados, un samario tan bogotano como Monserrate.
“Aunque parezca casual no lo es; mientras flameaban las llamas infernales del Palacio de Justicia apareció mi novela “Las puertas del infierno”, recuerda el poeta, periodista, docente universitario, pacífico militante de la izquierda y abuelo radiante.
El memorioso Díaz-Granados, Funes a cero metros sobre el nivel del charco, ducho en Pablo Neruda, un hacha en Luis Vidales, su maestro de vida y de literatura, tiene claras las prioridades: la poesía, sus hijos Federico y Carolina, colegas en las letras, su nieto Sebastián, director de cine y guionista, su amante secreto: el ajedrez, y la memoria de García Márquez, primo hermano de Margot, la madre de José Luis.
El Nobel decía de ella que es “la memoria de la estirpe”. Así describe Díaz-Granados a su ilustre pariente:
“Un costeño flaco, de piel trigueña, los ojos negros vivaces, el cabello crespo, bigote bien rasurado bajo la nariz saudita, junto a un grano del tamaño de una arveja al final de la mejilla derecha y una sonrisa rutilante con un diente plateado, es la primera impresión que tengo de Gabriel García Márquez, Gabito, como siempre le dije, la tarde del domingo en que lo conocí, el 28 de octubre de 1959”.
Manuel José, su taita, abogado liberal de la Universidad Libre bajo la rectoría de Jorge Eliécer Gaitán, es la figura tutelar de sus días y de sus noches.
Con su novela, traducida al chino y al ruso, entre otros idiomas, fue finalista en el premio Rómulo Gallegos.
En opinión del magnífico rector del Gimnasio Moderno de Bogotá, Víctor Alberto Gómez, su obra “es un mapa de la Bogotá de los bajos fondos de los años sesenta” recreado por un estudiante de teología, José Kristián, en quien gustoso reencarnaría el fabulista de Santa Marta.
Se dejó inocular el coronabicho de la poesía memorizando y recitando eternos poemas de Rubén Darío, Chocano, Alfonso Reyes, Gabriela Mistral, García Lorca.
Para pulir su prosa y su poesía devoró todo James Joyce, Henry Miller, Hemingway, Faulkner, Sartre, poetas militantes como Yanis Ritsos y Nazim Hikmet.
Su fidelidad con las ideas socialistas ha llevado al integrante de la “Generación sin nombre” a la Unión Soviética y a otros países socialistas.
Sus hijos – cuenta Federico- tuvieron una infancia soviética en la que no faltaron las historias del Osito Misha, escudos y matrioskas.
Hincha de Santa Fe, devoto del vodka ucraniano “con cierto ritmo y en cierta proporción”, dentista frustrado que confiesa su devoción por Rita Hayworth y Dirk Bogarde, es capaz de invitar a comer arroz blanco, carne molida y puré de papas, su plato estrella, a quienes creen que es posible un mundo mejor, su sueño. (Entrevista completa con Díaz-Granados, en www.oscardomiguezgiraldo.com)