“¿Recuerdas cuando de niño te sentías libre de elegir tu destino y definir el papel de tu vida sin ninguna restricción? Te imaginabas convertido en bombero, policía, presidente, superhéroe y hasta árbitro de fútbol, porque hay gente para todo.
Pero al crecer, la vida, los regaños de la mamá y los hermanos mayores, te matan la candidez y comienzas a entender que el mundo es más un “NO” gigante que un infinito “SI”. Cuando te casas, llegan las matrículas de los colegios de los niños y las cuentas del ortodoncista para que ellos no queden dientitorcidos como usted, el impuesto predial y miles de cuentas que parecen un enjambre furioso de abejas asesinas africanizadas. Y entonces comprendes que eso que habías soñado que serías, se esfuma. ¡Pero nunca es tarde! ¡Lucha por restablecer el que iba a ser el papel de tu vida!”
¡Pura paja! Esta babosada como de un libro de autoayuda es una mentira.
La crisis sanitaria en que estamos demostró que cuando nos sentimos vulnerables y la realidad nos obliga a ocuparnos de lo básico de la existencia, el papel de nuestras vidas no son nuestras aspiraciones sino el papel higiénico. ¿O acaso vieron cuando se anunció el aislamiento obligatorio como la gente enloquecida asaltaba las librerías? El homo sapiens se ha convertido en un simio lampiño pero asquiento y escrupuloso al que le aterra la idea de entrar en contacto con lo que desde lo más profundo de su ser sale a la luz.
El papel más importante en la vida moderna es el papel higiénico, así sea vergonzoso reconocerlo, y quedó comprobado con el comportamiento estúpido de los que prefirieron comprar rollos de este antes que comida.
Kelly Williams Brown, autora del libro “Adulting: cómo convertirse en un adulto en 468 pasos” dice sabiamente: “Uno de los días más impactantes de la edad adulta llega la primera vez que te quedas sin papel higiénico. El papel higiénico, hasta este punto, siempre existió. ¿Y ahora es un recurso finito, constantemente en peligro de extinción, que debe ser rastreado y monitoreado cuidadosamente, como los pandas?”.
A menos que tengas tendencias masoquistas, nadie quisiera regresar a épocas pretéritas en las que intentábamos reducir al máximo las consecuencias untuosas de la defecación con lo que estuviera a la mano. En la antigua Roma la “solución” era una esponja amarrada a un palo sumergido en un balde con agua salada, pero “comunitario”. Los colonos norteamericanos usaban mazorcas de maíz y en las islas hawaianas cortezas de coco. Debía ser todo un arte propio de cirujanos. Pero gracias a Gutenberg, la palabra escrita en papel nos empezó a dar la mano. Revistas, almanaques o libros de expresidentes sobre la paz, todo resulta salvador en una emergencia.
¿O me va a negar la terrible sensación de vulnerabilidad que se siente en un baño público cuando al estirar la mano, no sale nada del dispensador de papel higiénico?.