Por Juliana Velásquez R. - JuntasSomosMasMed@gmail.com
Mi Abuelo Arturo, la persona mas coherente que conocí y un ejemplo amoroso de sabiduría, era un convencido de la importancia de los partidos políticos y su rol vital en una democracia. Mi Abuelo, liberal, en ocasiones estuvo en desacuerdo con el líder de su partido pero para él, el sentido de colectividad política tenía una mística sobre la que hoy he querido reflexionar. En esa juventud políticamente activa que siempre disfruté, tuve el gran privilegio de absorber esas conversaciones de mis mayores sobre las dinámicas electorales de la época y con la intensidad que no se me quita con los años, cuestionar la fidelidad a los partidos de quienes admiraba incuestionablemente. Mi Abuelo, con su risa imborrable, me dijo alguna vez que los partidos políticos garantizaban un pensamiento concertado, una agenda programática construida sobre un debate sano de ideas y lo mas importante, actuaban como barrera protectora de egos individuales que finalmente harían de la política un one man show. Lejos estaba mi Abuelo de imaginarse lo que sería de los partidos políticos años después de su partida, aunque siempre lo advirtió como una dolorosa posibilidad. Los partidos políticos tradicionales en Colombia han perdido, en mi opinión, vigencia, dignidad y coherencia. Han sido veletas políticas cuando su rol es exactamente el contrario. La política colombiana es un reality de estrellas individuales y conveniencias electorales. No hay unas ideologías políticas a las que los colombianos de manera juiciosa nos podamos adherir después de un ejercicio de entendimiento riguroso. Seguimos en esa comparación chocante, estéril y lejana de izquierda y derecha, muy ajena ya de la discusión técnica y filosófica de lo que derecha o izquierda significa y su evolución deseada en una realidad distinta a la que habitaron los pensadores políticos de otras épocas.
Las regiones no hemos sido ajenas al fenómeno de la comedia política nacional. Antioquia, siempre ejemplo de sentido colectivo sobre lo individual, hoy lucha dolorosamente contra la degradación del liderazgo público. El alcalde de Medellín se divorcia de una articulación virtuosa y entramos en el terreno desconocido e improvisado de vernos desarticulados y en una batalla en donde pareciera que tenemos que dedicar los días a defendernos. Pero el alcalde de Medellín es un síntoma de una enfermedad mas vieja: la personalización errática de la política.
Volvamos a construir partidos políticos. Fortalezcamos los movimientos nacientes, de base ciudadana, que están trabajando por ser un colectivo que piensa diverso pero similar en bases y principios. Los partidos políticos permiten la convivencia de todos aquellos que se identifican con un modelo político determinado. No hay que ser político para pertenecer a un colectivo. Celebremos iniciativas donde se incuba el liderazgo público de distintas personas en distintas plazas en donde de manera colegiada se escogen los candidatos. Trabajemos para que algunos malos invitados no pasen de la puerta, por ejemplo el ego, la corrupción, la incoherencia de ideología, entendiendo que es algo que podemos exigir a nuestros líderes. No permitamos como ciudadanos y en este caso como paisas, repetir la torpeza de errores recientes que hoy nos tienen la institucionalidad adolorida. Creemos el partido que seremos.