El producto interno bruto (PIB) ha sido la forma convencional de medir el éxito económico de una sociedad desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Este captura el valor de todos los bienes y servicios producidos dentro de la sociedad en un periodo de tiempo dado. Si uno divide este valor por la población, tiene el valor de la producción promedio, es decir, el PIB per cápita.
Que sea la medida convencional no quiere decir que sea perfecta. De hecho, el PIB tiene muchos defectos como medida de actividad económica. Uno de ellos es que no captura buena parte de la producción que tiene lugar fuera del mercado. Por ejemplo, el trabajo doméstico no suele incluirse en las estimaciones clásicas del PIB. Similarmente, el PIB per cápita tiene ciertas limitaciones para representar el bienestar humano. La limitación más evidente es su poca capacidad para informar sobre cuestiones distributivas —porque es un promedio—. Más interesante, quizá, es que incluso si uno solo se interesa por el promedio, muchas de las cosas que hacen florecer nuestras vidas no son bienes ni servicios y, por lo tanto, no están capturadas en el PIB per cápita.
Estos defectos son ampliamente conocidos. Lo han sido por décadas. Las discusiones seminales acerca del PIB en los años cuarenta del siglo XX ya los reconocían. La pregunta es, entonces, ¿por qué se sigue utilizando el PIB como medida de éxito económico?
Entre los muchos elementos detrás de la respuesta a esta pregunta, diría que el más importante tiene que ver con que el PIB es la forma más sencilla de representar lo que llamamos “las condiciones de vida material de la sociedad”, las cuales están altamente correlacionadas con qué tan plena es la vida de las personas. Personas que viven en países donde el PIB per cápita es mayor, suelen describirse como más satisfechos con sus vidas (véase el gráfico 1). En las palabras de un famoso boxeador colombiano: es mejor ser rico que pobre.
Mucho de esto tiene que ver con que sociedades más ricas pueden ofrecer mejores oportunidades a una fracción más amplia de la población, incluso en aspectos donde el mercado no es esencial. Por ejemplo, países con un mayor PIB per cápita tienen una mayor expectativa de vida. Buena parte de esto es posible por la provisión de bienes públicos en salud, muchos de los cuales son ofrecidos tradicionalmente por el Estado.
Un argumento similar se puede construir alrededor de la educación, donde tanto la cantidad como la calidad de ella es mayor en países con un PIB per cápita más alto.
Estas mayores condiciones de vida que suelen venir con un mayor PIB per cápita no son solo para el promedio. Aunque el PIB per cápita sea un mero promedio, los ingresos de las personas más pobres de la sociedad están asociados al nivel de este. Más concretamente, las sociedades donde el PIB per cápita es más alto son sociedades donde el 10 % más pobre de la población gana sistemáticamente más dinero cada día (véase el gráfico 2).
Entonces, sí, es claro que el PIB no captura nada diferente a la riqueza material que se genera en el mercado. Por supuesto que un entendimiento profundo de la economía y el bienestar exige observar más allá del PIB. Sin embargo, el PIB sí suele ser tremendamente informativo respecto a qué tan bien o mal están las cosas en una sociedad.
Esto es importante no solo como reflexión metodológica. Es importante porque en la opinión pública latinoamericana ha proliferado recientemente un discurso refundacional que niega el progreso económico que muchos países de la región han experimentado. Buena parte de este discurso se concentra en invalidar el PIB como medida y pasa a argumentar que el crecimiento económico es irrelevante a la hora de pensar en el camino que se debe seguir para llegar a una sociedad más próspera. Esto es tremendamente peligroso. Si las economías de la región no crecen, la vida de la mayoría de las personas en Latinoamérica no será mejor, será peor. Es cierto que los objetivos de los gobiernos latinoamericanos no pueden limitarse a que la economía crezca, pero ningún otro objetivo se podrá consolidar si no viene acompañado de mayor crecimiento económico.