El fin de semana leí un artículo en el New York Times acerca del valor que tiene la imaginación.
Dice el columnista David Brooks que la sociedad no ha valorado en su real dimensión a la imaginación bajo la perspectiva que Aristóteles concibió: Entender que imaginar es el fundamento de todo conocimiento, especialmente de aquel que construye la sociedad.
¿Qué entendemos por imaginación?
La imaginación es una condición que permite entender los estímulos que llegan a la mente para convertirlos en información y en asociaciones que, al sintetizarlas en patrones y conceptos, crean una idea concreta.
La imaginación comienza con las percepciones, un proceso rápido y sensorial de seleccionar, juntar e interpretar hechos, pensamientos y emociones. Esa es la puerta de entrada para que la imaginación actúe.
Alimentar la imaginación desde el buen entendimiento de lo percibido es una invitación gigantesca a proponer y actuar bajo propósitos e intereses constructivos.
Aquí es donde aparece nuestro país con una pregunta de fondo. ¿Dónde está la imaginación para hacer de Colombia una tierra grata y valiosa?
Nuestra imaginación ha estado muy perdida. Por allá, en 1994, Gabriel García Márquez y un grupo de intelectuales, una misión de sabios, imaginaron cómo podría ser la educación en el país y desde ahí apalancar el desarrollo. Imaginaron que Colombia podría dejar de ser dos naciones a la vez: Una en el papel y otra en la realidad. En 2019, el gobierno actual rescató el concepto y creó una nueva misión con más personajes y un foco en ciencia e innovación.
Estas misiones no pegaron ni en 1994 ni en 2019.
Viejo vicio el creer que unos pocos tienen la razón suprema sobre el país.
Claro, cuesta preguntarnos cómo imagina el país una víctima de la violencia, un desempleado, un desplazado, una ama de casa, un niño que vive en un hogar de paso, un indígena, una persona que se gana el mínimo o menos que eso. Castramos la imaginación o, en el mejor de los casos, la procrastinamos. Consecuencia: Nos negamos a imaginar conversaciones posibles que contribuyan al progreso, así sea un poquito.
Entonces, dejamos que la imaginación colectiva se limite a políticos de turno con sus planes de gobierno y cortoplacismo interesado, con el agravante de que poco o nada ha servido su sentido de la imaginación. Pero también le hemos dejado la imaginación a otros personajes más peligrosos, quienes la han llevado a un juego perverso que solo favorece su espíritu avivato, corrupto y violento, haciendo de este país un espacio deleznable, doloroso, sangriento y, en muchos momentos, sin rumbo. Hoy estamos asfixiados por ellos.
En “El Origen del Hombre” (1871), Charles Darwin dijo: “La imaginación es una de las más altas prerrogativas del hombre”. Darwin hablaba de evolución. ¿Será que en algún momento hacemos de la imaginación una gran herramienta que nos lleve a ser una mejor sociedad, a evolucionar? Quizás esa es la vía para romperles el espinazo a los que nos atraparon con su perversa imaginación