La reciente decisión del gobierno turco de reconvertir la majestuosa Santa Sofía, que alguna vez fue la catedral más grande del mundo, de un museo a una mezquita, ha sido una mala noticia para cristianos por todo el mundo. Incluyendo al Papa Francisco, quien dijo que estaba “dolido” por la decisión, y al líder espiritual del cristianismo oriental, el patriarca ecuménico Bartolomé, quien dijo que estaba “triste y conmocionado”. Cuando se compara con la alegría de los musulmanes conservadores de Turquía, todo esto puede parecer un nuevo episodio en una vieja historia: Islam vs Cristianismo.
Pero algunos musulmanes, me incluyo, no están del todo cómodos con este paso histórico y por buena razón: la conversión forzada de santuarios, que ha ocurrido demasiadas veces en la historia humana en todas direcciones, pueden ser cuestionadas incluso desde un punto de vista puramente islámico.
Para ver por qué, mire de cerca al Islam temprano, que nació en la Arabia del siglo VII como una campaña monoteísta contra el politeísmo. El Profeta Mahoma y su pequeño grupo de creyentes vio a los primeros monoteístas –judíos y cristianos– como aliados. Así que cuando esos primeros musulmanes fueron perseguidos en la Meca pagana, algunos encontraron asilo en el reino cristiano en Etiopía. Años después, cuando el Profeta gobernó Medina, dio la bienvenida a un grupo de cristianos de la ciudad de Najran para adorar en su propia mezquita. También firmó un tratado con ellos, que decía: “No habrá interferencia con la práctica de su fe. ... Ningún obispo será removido de su obispado, ningún monje de su monasterio, ningún sacerdote de su parroquia”.
Este pluralismo religioso también se vio reflejado en el Corán, cuando dijo que Dios protege a “monasterios, iglesias, sinagogas y mezquitas en los que el nombre de Dios es muy mencionado” (22:40). Es el único verso en el Corán que menciona iglesias, y sólo en tono reverencial.
Sin duda, estas afinidades teológicas no impidieron conflictos políticos. Tampoco impidieron que los musulmanes, justo después del fallecimiento del Profeta, conquistaran tierras cristianas, de Siria a España. Sin embargo, los primeros conquistadores musulmanes hicieron algo poco común en ese tiempo: no tocaron los santuarios de los pueblos subyugados.
En otras palabras, el Islam entró a Jerusalén sin realmente convertirla. Incluso “cuatro siglos después de la conquista musulmana”.
Sin embargo, el Islam se estaba convirtiendo en la religión de un imperio que, como todos los imperios, tenía que justificar su apetito por la hegemonía. Pronto, algunos juristas encontraron una excusa para superar el modelo de Jerusalén: allí, a los cristianos se les dio total seguridad, porque finalmente habían acordado una rendición pacífica. Sin embargo, las ciudades que resistieron a los conquistadores musulmanes se abrían al saqueo, la esclavitud y la conversión de sus iglesias.
En palabras del erudito turco Necmeddin Guney, esta legitimación de la conversión de iglesias no provino del Corán ni del ejemplo profético, sino más bien de “regulación administrativa”. Los juristas que presentaron este caso, agrega, “probablemente estaban tratando de crear una sociedad que manifestara la supremacía del Islam en una era de guerras de religión”.
Hoy, siglos después, la pregunta para Turquía es cuál aspecto de esta herencia otomana compleja es realmente más valioso.
Para los conservadores religiosos que han apoyado al presidente Recep Tayyip Erdogan en las últimas dos décadas, la respuesta principal parece ser la gloria imperial personificada en un gobernante absoluto.
Para otros turcos, sin embargo, la grandeza de los otomanes reside en su pluralismo, arraigado en el mismo centro del Islam, e inspiraría acciones diferentes hoy en día –tal vez abrir Santa Sofía a la alabanza tanto musulmana como cristiana, como lo he aconsejado durante años.
Para el mundo musulmán más amplio, Santa Sofía es un recordatorio de que nuestra tradición incluye tanto nuestra fe y valores eternos, como un legado del imperialismo. Este último es un hecho amargo de la historia, como el imperialismo cristiano o el nacionalismo. Pero hoy, debemos tratar de sanar tales heridas del pasado, no abrir otras nuevas.
Eso significa que no se deben convertir o reconvertir santuarios. Todas las tradiciones religiosas deben ser respetadas. Y la magnanimidad de la tolerancia debería superar la mezquindad del supremacismo.