Por ana cristina restrepo j.
¿Bicentenario de la Independencia? ¿Cuál independencia?
Desde mediados del siglo XIX, algunos neogranadinos consideraban que el delito y la inmoralidad eran producto del abandono de las instituciones españolas: “Un gobierno paternal era el apropiado para regir sociedades como las indígenas, de espíritu infantil, y una autoridad fuerte era indispensable para controlar el espíritu montaraz y rebelde de mestizos y mulatos”, escribe Jorge Orlando Melo a propósito de aquella mentalidad en “Historia mínima de Colombia”.
Independencia, autonomía y libertad –similares, no iguales– son características de las ciudadanías maduras. Y sí, regulación y convivencia hacen parte de la ecuación.
Los sentimientos encontrados frente a la necesidad de sentirse independiente, pero a la vez protegido, y el compromiso que genera la libertad, me recuerdan la máxima de crianza doméstica que alguna vez le oí decir a una jueza: “El que cuida, manda”. En cuatro palabras resumió la sabiduría de su ancestro caribe, sus conocimientos constitucionales y estudios de doctorado en Harvard. Ella las impone en su entorno privado, bajo sus normas, donde forma adolescentes con la esperanza de que adquieran independencia y aprendan a autorregularse: ¿El mismo a quien hay que recogerle las medias sucias se autoproclama responsable para irse de farra hasta el amanecer?
El entorno privado como preparación para la esfera pública...
Regresemos a Melo, quien evoca a Miguel Antonio Caro: “La Independencia había sido necesaria [...] para entrar en la vida adulta para la que nos había preparado el gobierno español, como un hijo de familia que se emancipa de sus buenos padres”. ¿Izamos la bandera en el Día del Padre o brindamos por el papá el 20 de julio (a propósito: ¿cómo funciona aquello de “proteger a los niños” de consumidores de licor en reuniones familiares?)? ¿Entendemos qué es independencia?
Parecería que no, a juzgar por la reacción de autoridades y diversos sectores ante la Sentencia C-253/19 de la Corte Constitucional: “En cualquier caso, los eventos en los que el consumo de las sustancias referidas [bebidas alcohólicas y sustancias psicoactivas] podría llevar a destruir o afectar el espacio público, debe ser objeto de prevención y corrección por parte de la Policía, usando otros medios que el propio Código referido [de policía] contempla y faculta”.
La Sentencia no exime a las autoridades de cumplir con su labor de proteger a la ciudadanía, incluyendo a los menores de edad. Esta decisión puede ser mirada como una puerta abierta a una regulación razonable y respetuosa de las libertades ciudadanas. (¡¿Cómo entender que autoridades y líderes de opinión destrozaran una sentencia antes de que fuera publicada, sin haber leído su contenido?!).
La imagen idealizada, aséptica, del espacio público es una metáfora de nuestra sociedad, regida por una Constitución cuyo espíritu liberal nos sigue quedando grande.
Quienes claman por el “cuidado de los niños” –como si la Sentencia buscara vulnerarlos– parece que no se refirieran a los menores de edad sino a todos nosotros, ciudadanos en formación, nostálgicos de un padre autoritario, un virrey represor que nos quite de encima la incomodidad de resolver nuestros problemas como individuos libres y responsables.
Esos que andan armando un caos para ambientar una constituyente, buscan convertir al país en un entorno doméstico, una casa, una finca. Ellos lo saben: Él, que cuida, manda.