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El que piensa, no pierde

Por

ana cristina aristizábal uribe

anacauribe@gmail.com

Estamos pagando altos precios sociales por la velocidad. Es lo que se puede inferir de las palabras de la profesora Claudine Haroche, socióloga y directora del Centre National de la Recherche Scientifique, de Francia, quien, además, asegura que “las maneras de ser y de vivir hoy están afectadas por la velocidad, la aceleración y una ausencia de reflexión impuesta por la rapidez y la inmediatez”.

La falta de reflexión nos está afectando, nos impide detenernos a pensar. Fatal error cuando las generaciones actuales aceptan la premisa de que “el que piensa, pierde”. La vida frenética, la congestión de actividades, los asuntos que se atropellan unos contra otros, la ‘necesidad’ de hacer muchas cosas a la vez, etc., están haciéndonos vivir en la reacción, en el asalto, en el susto.

La aceleración impuesta por la información que arrojan permanentemente los medios de información, genera la sensación de inestabilidad, angustia y cambio permanentes. “Ya nada es como era antes”, se dice. Y si a esto se suma que el bombardeo mediático es básicamente con malas noticias: crímenes, corrupción a gran escala, desastres naturales, transgresión de normas, abusos a niños y a mujeres; esclavitud humana, atropello contra los animales, daños irreparables a la naturaleza, contaminación ambiental... ya se entiende por qué vivimos en estado de zozobra. (Con razón el sistema de salud está a reventar).

Pero volvamos. Siempre se ha dicho que lo que nos diferencia de los animales es la capacidad de pensamiento; y yo diría que más que eso, es la capacidad de detenernos a reflexionar y a poner en la balanza lo que hacemos y sus consecuencias. La diferencia no debe ser solo en la capacidad de pensar para elegir el mejor y más eficaz método para realizar una acción; el quid del asunto está en la capacidad de desacelerar para reflexionar sobre las consecuencias a nivel macro y a nivel micro, de lo que hacemos. Por falta de tiempo para pensar en las consecuencias de lo que decidimos y hacemos, es que vivimos de susto en susto, cuando nos pasa lo que nos pasa.

Esto aplica para las personas que toman decisiones que afectan al gran conglomerado; y para todos los demás, en el campo individual. Y aunque parece una gran ventaja que la tecnología nos permita velocidad para acceder a mucha información a la vez, tendremos que saber qué tanta información, sin la pausa necesaria para reflexionarla, no puede ser la materia prima para la acción, pues necesitamos el tiempo suficiente para reflexionar y sopesar las consecuencias de lo que oímos o leemos, antes de tomar decisiones.

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