Con el misterio típico de sus formas -que más que incógnita es marketing- Donald Trump recorre por estos días medios de comunicación y redes sociales. Anuncia, respecto a las presidenciales del 2024, que ya tomó una decisión. Pero no la dice. Deja flotando en el ambiente que quiere revancha y así para todos resulta claro que va por la Casa Blanca y está convencido que se la arrebatará en las urnas a los demócratas y a Joe Biden.
Aún con la parafernalia republicana, que juega con la duda de la presencia trumpista en las primarias, para casi todos en Estados Unidos resulta muy claro a estas alturas que el expresidente es el jefe de la colectividad conservadora, que su palabra delinea las políticas de la oposición y que, por su puesto, estará en primera línea para jugar en las internas que empezarán a cocinarse el próximo año. El momento clave para que la campaña empiece a ser invadida por su nombre será noviembre próximo cuando se renueve parte del legislativo de ese país y se decante muy posiblemente una nueva mayoría en cámara y senado para los republicanos. Allí Trump anunciará con sorpresa lo que no es novedad para nadie.
De la misma forma en la cual su presidencia fue una pesadilla mundial -con ilegalidades comprobadas hasta el último de los días- su regreso completo a la palestra será un dolor de cabeza. Nos llenará de nuevo con sus discursos de odio, con sus generalizaciones burdas, con su deprecio por la diversidad y con su visión maniquea del mundo.
Como si lo anterior fuera poco, la realidad de la economía mundial y, en particular, las enormes dificultades del contexto social y político estadounidense, le abonan el camino para que su regreso sea posible. El relato construido desde la derecha dibuja todas las dificultades actuales como el resultado único de la incapacidad del actual presidente, Joe Biden, y deja por fuera no solo la pesada herencia recibida por este si no la crisis mundial que, como sabemos, tiene tambaleando a todas las naciones, ricas y pobres. Es cierto que los resultados de los demócratas en Washington están bastante lejos de lo que se esperaba, pero la responsabilidad del desmadre no es exclusiva de ellos.
Los efectos del gobierno de Trump, aún año y medio después de haber terminado, se sienten con fuerza. Desde el lenguaje político de empoderamiento de los extremos hasta las decisiones diarias de los jueces más radicales. Solo hay que ver el giro violento a la derecha de la Corte Suprema de Justicia, para entender el tamaño del desastre. Y estamos lejos de terminar. Lo que podemos intuir, con esos nuevos coqueteos del ex mandatario para su retorno es que pretende profundizar la derechización de su país y vengarse. Está convencido de que el poder es para eso. Así que preparémonos. La sombra vuelve para oscurecerlo todo .