“Defensor a ultranza del sistema”... así cerraba uno de los correos que suelo recibir con comentarios acerca de mi columna. En un buen tono, sin guachadas -hay que decirlo- el correo contradecía mi posición frente a las marchas. Lo que dije era simple: si las marchas siguen a merced de los vándalos perderán toda validez, crítica que ha sido recurrente en la opinión pública. Según el correo, no fui ni objetivo ni neutral, pues sesgué la opinión como si le trabajara a un “sistema”, que no sé cuál es.
Hombre, las cosas no son así. En el periodismo la neutralidad sirve para tomar distancia y no quedar envueltos en la contaminación de los hechos. Eso funciona a la hora de dar una noticia en la que los hechos son eso, hechos puros y duros. Si es blanco, es blanco, no amarillito ni blancuzco.
Sin embargo, en el periodismo de opinión no se puede ser aséptico. Hay que untarse de algo, activando un ritual que permite sacar su poderosa esencia, el cual comienza por entender que la objetividad es consecuencia de manifestar un punto de vista claro para nada simplón. El ritual abre la puerta a un espacio de pensamiento que nos merecemos, donde los argumentos claros y estructurados conllevan a la certeza. Ojo, dije certeza, algo muy distinto a verdad absoluta o absolutismo.
Una opinión argumentada brinda la certidumbre de que las cosas son así. Paso siguiente en el ritual: aceptar o no la opinión. Recuerdo que el gran maestro Javier Darío Restrepo, decía que el sentido del periodismo está en el compromiso asumido para mostrar lo que pasa en el mundo. Pero, para entender ese compromiso hay que tomar posición, alejándose de los dogmatismos que llevan a quedar bien con todos. No en vano, Ryszard Kapuscinski, otro grande del periodismo, decía que toda información debe ser intencional.
Parte de la gracia del periodismo de opinión está en su contraparte: el ciudadano. Sobre la mesa quedan servidas posiciones que cumplen con los cánones del género e invitan al debate para cualificar la opinión pública. ¿Quién las toma? Pues el ciudadano.
Con la frase “defensor a ultranza del sistema”, concluí algo: el problema no está en mi opinión. Está en caer en el juego de las ligerezas y los absolutismos. Eso sí es un sistema perverso. El influjo de las redes sociales, el déficit de atención digital y las falanges pasando todo tipo de información en las pantallas crearon una campana de resonancia que cocina la desinformación pura y dura, donde hacemos periodistas a twitteros y youtubers que arman cuentos superficiales y viscerales mostrando el mundo al revés.
El vértigo nos hace olvidar que el ser humano piensa bien cuando hace una pausa, decanta y discierne. Por eso, un consejo: pilas dónde se meten los dedos, no vaya a ser que eso termine haciéndolos parte de ese sistema que va en contravía del buen periodismo de opinión.