Por José David Chalarca S.
Universidad de Antioquia
Comujnicación - Periodismo, semestre 3
josechalarca1@hotmail.com
A veces, cuando uno se atreve a pasear, un poco como lo hacía Baudelaire en París, se puede dar cuenta de que nos falta sensibilidad. Muchos recorren las calles de la Ciudad de la Eterna Primavera con cierta indiferencia frente a lo que pasa alrededor. Parece que camináramos en ella con una venda en los ojos, tratando de ignorar los problemas que vemos, y esperando que todo mejore para mañana.
No hay una masa que se atreva a cambiar a Medellín, solo una serie aislada de rebeldes esfuerzos que dan algo de esperanza. Es una minoría que se da cuenta de las problemáticas, pero insuficiente si no ponemos de cada uno. “Lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos”, aseguraba Martin Luther King.
El Spleen que observa dicha minoría es una angustia producto de la rutina cotidiana e individual. Existe una incomunicación con el alrededor y el otro. Hemos sido insensibles ante la dificultad ajena y muchas veces hasta nos aprovechamos de eso, debido a la cultura popular del “más vivo” en la que estamos atrapados. Aunque no queramos, esa es también la ciudad en la que vivimos y debemos mejorar.
En contraposición, hay una mayoría que no encuentra nada nuevo en la cotidianidad, por la repetición de los actos que conforman su propio mundo, y por consiguiente, caminan en un estado de melancolía y soledad que impide el reconocimiento de la situación de “otros mundos” dentro de la ciudad.
Ciudadanos grises y solitarios que solo nos limitamos a vivir a nuestro modo. Con el tiempo hemos adquirido algunas características de los personajes de El Spleen de París de Charles Baudelaire. De allí se derivan algunos personajes tristes que develan una superioridad crédula frente al otro y poco a poco desmoronan lo construido. Se encuentran en cada esquina de nuestra ciudad y toman forma desde la literatura del autor francés para estar presentes deconstruyendo nuestro diario vivir.
No seamos como aquellas personalidades que cargan con una quimera de pesares en la espalda y tampoco dejemos que los demás carguen solos con ellas. No nos quedemos atrapados por nuestro propio ego burlón de preponderancia. Apreciemos la rareza de quienes se ponen en los zapatos del otro y comprenden el dolor de esta ciudad sin la venda puesta. Unámonos a ellos y construyamos calles más amenas.
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